lunes, 7 de noviembre de 2011

Los peores del mundo

Es un hecho de observación diaria que, con algunos matices a considerar en otro momento, los argentinos pretendemos ser los mejores del mundo. Tenemos los mejores paisajes, los mejores campos agrícolas, la mejor carne vacuna, las mujeres más hermosas, los mejores jugadores del planeta, los más importantes escritores y científicos, los líderes más conspicuos que han abierto nuevos rumbos en la Historia, las fórmulas económicas de salvataje más eficaces que debieran copiarse por los que se autoproclaman naciones desarrolladas y sin embargo están inmersas en el descontrol por no practicar el verdadero capitalismo que sí es característico de la Argentina de nuestros días. Sin embargo, ante el cúmulo de verdades incontrastables de una lista incompleta, sobresalen nuestras cualidades como conductores de automotores. Bien cierto es que tenemos un historial de orgullo desde los años cincuenta, época de grandes conductores, como por ejemplo Juan Manuel Fangio, con proezas deportivas que pusieron a la Argentina en un sitial destacado entre los países más importantes del mundo de aquel entonces. Sin embargo, en las últimas cuarenta y ocho horas murieron 18 personas en accidentes de tránsito en nuestro país, 11 de los cuales eran menores de edad. Según la Organización Luchemos por la Vida, durante 2010 murieron en Argentina 7659 personas en accidentes viales, lo que hace un promedio de 21 víctimas fatales por día, y el Centro Experimental de Salud Vial (CESVI) estimó que en el primer semestre de este año murieron en promedio 26 personas por día en accidentes de tránsito, hechos que subrayan el concepto largamente conocido de que Argentina ostenta una de las tasas de mortalidad y siniestralidad viales más alta del mundo (en una estadística de 2007 20.8 muertos cada 100 mil habitantes, cuando en Madrid se registraba 2,4 y en Londres 1.8).
    Es indudable que en la génesis de los accidentes de tránsito juegan múltiples factores, pero en consideración que no es esta una conferencia sobre accidentes viales, me limitaré a remarcar algunas ideas que he forjado a lo largo de unos cuantos años de conducción rutinaria de automóviles por las calles, autopistas y avenidas de Buenos Aires y el conurbano bonaerense y de algunas rutas argentinas en viajes esporádicos por las provincias. Será el azar para algunos, o la existencia de alguna de las conocidas divinidades los responsables de la falta de mayor número de accidentes a juzgar por los defectos de conducción fácilmente comprobables a diario. Paso a enumerar según acuden a mi memoria: exceso de velocidad, falta absoluta de respeto por las señales indicadoras, maniobras inesperadas, marchas inconstantes con aceleradas, frenazos y detenciones inexplicables, uso de teléfono móvil durante la conducción y en pleno tránsito, empleo de auriculares para música, radio o servicio telefónico, falta de distancia prudencial entre vehículos, irascibilidad de conductores siempre dispuestos a las palabrotas, a la docencia por las clases de conducción de terceros, interés por la academia donde esos terceros han incorporado sus conocimientos sobre conducción, consejos sobe actividades alternativas al manejo especialmente a las damas puestas al volante, rápida disposición para arreglar entuertos mediante demostraciones de pugilato, transporte en las faldas del conductor de bebés de pecho o niños de cualquier edad que, en circunstancias, son los que controlan el volante ante la complascencia de su padre didacta, conductores que comen, beben gaseosas o cerveza o... en grandes botellas, o sorben del mate alcanzado por el acompañante con la gracia concurrente del simpático arrojo al asfalto de los deshechos de su merienda o almuerzo o de sus envoltorios, transporte de un acompañante generalmente de sexo femenino que lleva en su brazos a algún infante inquieto que acerca su cabecita al parabrisas en plena aceleración o trata de acariciar el rostro de su padre conductor quien, orgulloso no termina de admirar el parecido físico con su abuelo muerto, utilización de automotores viejos y destartalados aún sin patentes autorizadas que amenazan con detenerse en cualquier momento, se esfuerzan pero no logran nunca pasar de 30 Km por hora y amenazan con dejar en la calzada, delante de nuestro propio vehículo, un paragolpes fatalmente desprendido, uso insolente de las banquinas para adelantarse al pelotón y pretensión caprichosa de retornar al carril habilitado según ocurrencia del momento, conducción durante plena lluvia y con tránsito atestado según idénticas premisas que durante un día de sol con ruta despejada, falta de utilización correcta de balizas adecuadas y a distancia prudencial detrás y delante de un vehículo averiado y hasta permanencia de conductor y acompañantes dentro del vehículo aún en plena autopista de alta velocidad mientras se aguarda el auxilio, ignorancia absoluta del concepto de privilegio para avanzar en una bocacalle según mano, introducción impertinente de media carrocería sobre la calzada densamente transitada cuando se pretende cruzarla en actitud desafiante asegurando que ya no espero más y que paso y que no me importa (porque no le importa) lo que pueda suceder con tal actitud, falta insolente de respeto por el peatón que quiere cruzar, uso indiscriminado de la bocina a modo de trompeta de una banda, utilización incorrecta de luces para enceguecer al que viene de frente u ocultarse del que debe verlo desde atrás, alienante empleo de música estridente y parlantes de potencia desproporcionada con las ventanillas abiertas como para que un gran auditorio externo se emocione a la par del sensible conductor, codo, brazo, antebrazo y mano izquierda del conductor en rítmico vaivén fuera de la ventanilla como para ser arrancados ante el mínimo roce con otro vehículo o simplemente para confundir al conductor del auto de atrás que trata afanosamente de comprender si se trata de una señal o una convulsión epiléptica de quien lo antecede, reparación en plena calzada  de ruedas o motores sin alerta de balizas y con el operador arrojado bajo el automotor con las piernas salidas hacia la calzada como invitando a ser aplastadas por otro vehículo.
    Tenía un amigo del trabajo que se autoadmiraba de sus cualidades como volante. Al preguntarle cuáles creía que eran sus virtudes aclaraba que se refería al modo de trasladarse de carril en carril sobre las autopistas a gran velocidad. Al reinterrogarlo azorado sobre por qué consideraba que ésa era una cualidad sobresaliente contestaba que era porque lo hacía con "calidad". Otro ejemplo destacable es el de mi padre, que empleó horas y horas durante sus clases de manejo cuando yo empezaba a conducir en mi adolescencia, subrayando la necesidad de utilizar los cinco sentidos durante el manejo para preveer qué haría el volante que estaba cerca nuestro, y que finalmente murió en un accidente automovilístico arrojado por el parabrisas después de morder una banquina en la ruta  por no utilizar el cinturón de seguridad.
    Siempre me pregunto quién habrá enseñado a conducir a quien, delante de mí, hace una maniobra incorrecta que pone en riesgo la seguridad de quienes estamos cerca. A veces pienso que sólo se aprende a encender el motor y hacer trasladar una máquina cada vez más potente y rápida, sin considerar ningún otro detalle de la conducción. No sé quién enseña a conducir a los argentinos ni si la consecuencia de no saber hacerlo correctamente, es decir las 26 muertes diarias, aminorarán con el tiempo. Pero de lo que sí estoy convencido es que en el arte de conducir, los argentinos somos los peores del mundo, y que los grandes conductores reinan sólo  en el mundo de la política.

2 comentarios:

  1. Como dice el camarada acá arriba, muy buen artículo. Sólo quiero aclarar que muy probablemente, la trompeta de una banda se use con mayor criterio que las bocinas porteñas.
    La llamada "polution acoustique", tampoco es un tema menor.
    Saludos!
    Luciano

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