Y se reanudaron las
funciones. Después del receso de verano y de unas apacibles semanas sin las
torturantes cadenas diarias llenas de bravuconadas, logros sensacionales y
amenazas a los enemigos, la señora Presidenta dejó su lecho de enferma grave y
abrió la temporada con sala llena. Desde temprano la lucha de las distintas
facciones era para lograr una ubicación en la Casa Rosada, convertida
últimamente en un gran museo con salas multitemáticas inspiradas en la
creatividad de la Presidenta, quien parece desconocer el asiento geográfico de la
sede del gobierno o dando explícitamente a entender que la comida se cocina en
otros sitios, lejos de Balcarce 50: parte en Olivos, parte en Santa Cruz, parte
en alguno de los numerosos vuelos de los Tango que surcan los cielos del mundo
durante las giras al exterior de la Presidenta con algunos de sus ministros y
muchos de sus empresarios preferidos. La larga cola de los entusiastas que pujaban por entrar a la Rosada a ver el
espectáculo de la primera mandataria se mezcló en la calle con una más larga aún, la de los
apesadumbrados trabajadores que pretendían conseguir
la tarjeta SUBE de transporte después de la amenaza gubernamental de perder el
subsidio para viajar a quienes no la consiguieran antes del 10 de febrero. Los muchachos
de La Cámpora y los de las organizaciones sociales que estuvieron presentes
hace poquito en Pilar haciéndole el aguante a Cristina entonaron decenas de
veces la marcha peronista haciendo hincapié en la frase “combatiendo al capital”,
sembrando la confusión sobre qué capital era el foco del combate del movimiento
superador del peronismo, tal como les gusta a los kirchneristas definir a su
partido. Seguramente combatiendo el capital que acumulan los que no están con
el gobierno dado que el de la Presidenta, que se engrosa progresivamente con
los años de función, o el que genera la consultora ubicada en Puerto Madero que
pertenece al fiel vicepresidente Boudou, parecen ser incuestionables. Y allí estaban
los integrantes del gabinete en pleno, los jóvenes pujantes de La Cámpora, el
inefable Dante Gullo de impecable traje claro, gobernadores otrora calvos y
ahora con floridos trasplantes capilares, Moreno erigido en superministro, Abal Medina
masticando chicles para atenuar la necesidad devoradora de fumar, Mariotto con cara
de sueño, agotado por las mil y una
noches empleadas en pergeñar el asalto final sobre la Casa de Gobierno de La
Plata, y cientos, cientos más de alcahuetes que llenaban la sala destinada a la
reunión, preparada como la sala del Colón para un estreno de Ginastera. Todos
se reencontraban alegres y se saludaban efusivamente con besos como suelen
hacerlo los de la mafia siciliana, dicho esto sin picardía por no desconocer la
costumbre argentina de besarse entre hombres independientemente de la
inclinación sexual que los empuje, aunque no puede ignorarse que para algunos
la necesidad de ser reconocido en los clubes del poder es una necesidad sexual
símil. Y después de unos nerviosos aprestos hace su aparición la Presidenta,
secundada por Boudou y De Vido, y el auditorio estalla en aplausos y ovaciones a
los que la Señora responde agradecida con su rostro reluciente y su cuello
descubierto, bien descubierto para mostrar la horrible cicatriz que le han
propinado los brillantes médicos que le han diagnosticado el cáncer de tiroides
que milagrosamente no tuvo, porque según el jefe del equipo que la operó el
hallazgo de una glándula normal después de la cirugía habría sido un verdadero
milagro, según versiones previas ya publicadas (ver “Santa Cristina” en este
mismo blog). Y la Presidenta, cual adolescente traviesa, mostraba y mostraba a
las cámaras su cicatriz arciforme en la
base de su cuello y hacía bromas con algunos de los asistentes a la reunión,
como aquella de “la muestro para que Clarín no diga que no me operé”, mostrando
cuan pendiente está de lo que dicen sus enemigos. Y se firmaron en público
contratos de construcción de obras, mientras la Presidenta jaraneaba con sus
laderos y saludaba distraída, por cortesía, a los intendentes beneficiados por
sus planes, y por teleconferencia aparecían representantes de provincias
lejanas que la saludaban y agradecían, todo enmarcado en aplausos de un
auditorio cada vez más subyugado por el espectáculo. Y llegó la hora del
discurso tan esperado haciendo hicapie en el aglutinante tema de las Malvinas y
las palabras necias de Cameron que no hacen más que recordar que los funcionarios
argentinos no son los únicos que hacen papelones internacionales diciendo
estupideces. Atacó a las petroleras por los precios del gasoil y la falta de
inversión, anunciándoles que se terminaron las avivadas como si recién las
hubiera descubierto. Y no trató directamente el tema de la minería a cielo
abierto, negociada directamente por la Presidenta en el exterior, contra la
cual se levanta toda La Rioja y la enorme mayoría del país por la embestida
contra Famatina, cerro emblemático de dicha provincia, que será destruido para
la extracción de oro mediante la técnica de la explotación a cielo abierto con
cianuro y empleo de un enorme volumen diario de agua imprescindible para las
poblaciones, los animales y la agricultura. Sólo ironizó contra las
organizaciones no gubernamentales que gritan por esto pero que nunca se habrían quejado, según su mirada, de otras
depredaciones ambientales como la pesca indiscriminada en el área de las
Malvinas. Todo con soberbia y desenfado, como lo haría una artista de varieté
que juega con su público tratando de arrancarle un aplauso a cada rato, no una
cantante de ópera que sigue su guión y su partitura tras meticulosos estudios y
ensayos. Y quedó tiempo para justificar lo injustificable de su operación, y
para cargar en público a su vicepresidente Boudou, a su temible secretario Moreno,
a la ininmputable e incondicional Hebe de Bonafini, y hasta a uno de
sus más conspicuos bufones de bigote ridículo tratándolo de “border”.
Miré el desarrollo del acto con un dejo de
tristeza por sentirme excluido de la invitación a esa fiesta perteneciente a un
club exclusivo, en un palacio inalcanzable. Una fiesta de socios con pocos y
selectos invitados, cerrado al público general, donde se manejan códigos
internos y se entregan premios y castigos según concursos de temas variados, en
juegos siempre erráticos, inseguros y peligrosos. Un paso de comedia con
comediantes de fuste en el espectáculo y la fantasía. En la mentira, en suma,
con la cual se alimenta el espíritu de muchos. Especialmente de muchos que no
tienen, ni tendrán, demasiado más con que alimentarse.