sábado, 31 de marzo de 2012

El precio de las insensateces


Malos vientos soplan. Pero no sólo para funcionarios del gobierno y para Cristina. Lo que más duele es que para la mayoría de los argentinos que viven de sus trabajos o de sus jubilaciones. No mencionemos a los que engrosan día tras día la masa de los que están bajo la línea de flotación (desocupados, habitantes de villas, jóvenes pobres que no han ingresado jamás al mercado laboral, etc.), porque para ellos la vida siempre ha sido de privaciones, e ignorando la dinámica de la movilización social ascendente producto del estudio y del trabajo (que aunque no se crea se conoció alguna vez en la Argentina), bastante puede palear  un subsidio que evite morirse literalmente de hambre aunque deba ser pagado con un voto dirigido o algún que otro viaje a la plaza de mayo organizado por un puntero o un dirigente de La Cámpora. A pesar de ser vicepresidente de la Nación, como todo joven identificado con la época, Amado Boudou es amante de las redes sociales, y suele escribir en Twitter. Casualmente, ayer, expuso profundas reflexiones y brindó sabios consejos, porque vicepresidente que da consejos más que vicepresidente es un amigo: “Cuando les dicen que ‟ falta algo sepan que hay intencionalidad política. No se dejen llevar por aquellos q no aceptan responsabilidades y se dedican a criticar”. Nada menos que Boudou, comprometido en una causa de corrupción (caso Ciccone) que progresa vertiginosamente de la mano del incuestionable juez Daniel Rafecas que ha sumado a la Unidad de Información Financiera (UIF) para colaborar en la investigación judicial, de la que pretenden ya desprenderse fieles súbditos del nivel de Randazzo y Aníbal Fernández quienes han declarado que no pondrían las manos en el fuego por Boudou. Al decir Boudou que cuando presuntos “enemigos” declaran que falta algo hay intencionalidad política, puede interpretarse que las declaraciones suelen esconder intencionalidad política, y en consecuencia, las suyas no resultarían una excepción, máxime porque es un político en la cresta del poder. Y que si bien es cierto que alguien que critica al gobierno pude potencialmente mentir para perjudicarlo, no cabe la menor duda que integrantes del gobierno harían lo mismo con sus críticos. ¿O el gobierno nacional está integrado por ingenuos o inexpertos? Del mismo modo, la lógica kirchnerista basada en el carácter "genuino" de un gobierno “nacional y popular” que “defiende los derechos del trabajador” , “amenazado por las oscuras fuerzas de las corporaciones” que “ejercen todo tipo de presiones para hacer prevalecer sus intereses contrarios a los del pueblo”, llámese diario Clarín o La Nación, o empresas norteamericanas y europeas que pretenden imponernos su reglas, reconoce que existen en el mundo y aún en Argentina oscuras fuerzas que ejercen todo tipo de presiones para hacer prevalecer sus intereses y que pretenden imponernos sus reglas. Si mienten, como en el gobierno afirman, Clarín y La Nación, o mienten Cristina, Boudou, Randazzo, Fernández, Moreno, etc., etc., es puramente cuestión de fe o convicción personal, salvo que quien nos juzgue tenga la seguridad que somos débiles mentales para elaborar un juicio sobre la realidad que nos rodea. Y a veces sí que conviene echar al aire tales presunciones, máxime cuando hay alguna causa judicial difícil de frenar. Días pasados en el programa radial matutino de Víctor Hugo Morales, curiosamente siempre concordante con todos los enunciados del gobierno, pasaban grabaciones de mensajes de presuntos oyentes que declaraban sentir lástima por la gente que veían comprar “Clarín” en los kioscos sabiendo que eran pobres víctimas del engaño que las corporaciones ejercen sobre los ciudadanos indefensos. Del mismo modo, uno podría preguntarse si escuchar ese programa tan coincidente con las apreciaciones del gobierno sobre la realidad, no resulta un peligro para el ciudadano que pretende informarse y recibe en cambio una catarata de propaganda oficialista no exenta de diatribas para quien intente alzar una crítica contra un gobierno que parece no equivocarse nunca.
    Mientras tanto, Argentina recibió de la Organización Mundial de Comercio (OMC) una durísima e inusual advertencia de cuarenta países por las caprichosas medidas de restricción a las importaciones que lleva a delante el secretario Guillermo Moreno, y que no sólo compromete las utilidades de las empresas de tales países sino a la industria nacional que requiere 75% de insumos importados para elaborar sus productos, y al abastecimiento de los ciudadanos en cuanto a libros, medicamentos (entre otros Citostáticos, Metroclopramida y Midazolán) y reactivos para estudios de laboratorio (falta de reactivos para determinación de CD4, prueba de control fundamental para el seguimiento terapéutico de los pacientes con SIDA),  para no hablar de la multitud de productos que hacen al confort de la vida moderna y son patrimonio, cada vez, de menos personas dispuestas a invertir su dinero en lo que se les ocurra. Se cuestionan la falta de cumplimiento de normas preestablecidas y el mecanismo caprichoso de aprobación de trámites para las importaciones. Son harto conocidos los métodos grotescos y nocivos del superministro Moreno, en reuniones con empresarios en salones llenos de globos que sentencian “Clarín miente”, en las que adopta decisiones basadas en su real antojo y capricho, hace alarde de su poder con amenazas y burlas y se mueve con la soltura de quien se cree dueño de todos los destinos como patriota y salvador de la Patria, envalentonado por una presidenta que se enorgullece de su elección cuando todo el mundo (literalmente) se la cuestiona. Pero, sin embargo, el canciller Timerman y la secretaria de relaciones económicas Cecilia Nahón (proveniente de La Cámpora) salieron a contestar al mundo con una línea de defensa “lamentable”, “absurda” y “de otra era” según valoración de fuentes diplomáticas latinoamericanas, que subrayaba el poder soberano de la Argentina para fijar sus propias estrategias comerciales en contra de las apetencias de los grandes países y negaba sus procedimientos burdos y las mentiras de las estadísticas elaboradas por el INDEC ya insoportables para los organismos internacionales. Todo por tapar una realidad que se palpa en la calle todos los días y se reafirma con la certeza que la inflación crece, según los precios que la canasta familiar impone. Y la convicción que nada queda en la caja y que el gobierno hará esfuerzos desmedidos para evitar que salga un solo dólar y para reproducir los billetes de pesos argentinos que hagan falta, aún en la empresa Ciccone, y más aún en ella que en cualquier otra, porque si algo se destaca en este gobierno es la testadurez de ligarse a lo que se le cuestiona (véase INDEC, Moreno, minería a cielo abierto, Hebe de Bonafini, etc., etc.).
    Sin embargo, siempre habrá un dos de abril para recordar a las Malvinas, y un 24 de marzo para conmemorar el golpe que dejó secuelas de torturas y muertes, asesinos sueltos y cómplices civiles distraídos, pero también sobrevivientes ex revolucionarios esclarecidos, algunos de los cuales se convirtieron en  asesores del tipo de empresas multinacionales que cuestionaban en sus años mozos, y otros, en funcionarios de gobierno con los mismos tics que aquellos a los que ellos mismos atacaban en su momento por corruptos, ladrones, mentirosos y oportunistas.
    La sabiduría popular (que nunca se equivoca) se expresa en las pintadas de las paredes, como la de Méjico y 24 de Noviembre en Capital con firma de La Cámpora (“la Argentina vuelve a tener madre”), o la de Hipólito Irigoyen a la altura de la fábrica Cristalux en Avellaneda con firma de la JP (“hay que tomar las empresas británicas”), enfocando la realidad según los más profundos preceptos revolucionarios y liberadores. Entretanto, la estabilidad de Moreno peligra y se desmorona, así como la credibilidad y los recursos del modelo que morirá producto de su inconsistencia antes que haya sido profundizado, según consignas preelectorales lanzadas entre otros esclarecidos por Andrea del Boca, gran pensadora. No importa en realidad si Moreno deba irse, porque debe irse de una vez, o que Boudou caiga en desgracia como Cobos, porque no basta no concordar en una votación para ser castigado por el kirchnerismo, y tampoco importa si la credibilidad de la Presidenta se resiente porque, en definitiva, todo verdor perecerá según Mallea. Lo lamentable es el costo que nosotros, los ciudadanos comunes debemos pagar por tantas insensateces.

miércoles, 14 de marzo de 2012

CENSURA Y CINISMO


En la madrugada del 14 de marzo pasado se cometió un nuevo acto de censura a una voz discrepante con el gobierno. En este caso se trata nada menos que de Alberto Fernández,  ex jefe de gabinete, ultrakirchnerista que defendió el modelo desde su inicio y ayudó a fortalecerlo hasta que cayó por oscuras causas en el profundo pozo ciego que caracteriza a este gobierno y fue eyectado sin piedad como elemento desconocido y perturbador, como a un verdadero enemigo del modelo a profundizar indigno del menor respeto a pesar de su sus antecedentes. El nuevo pecado fue aceptar la invitación al programa de Marcelo Longobardi en C5N después de lanzar en público múltiples críticas a la gestión de la Señora Cristina. En medio de la entrevista en la que el ex funcionario emitía sus opiniones disonantes con la música oficial el programa fue abruptamente interrumpido, y no volvió a emitirse como suele hacerse con el resto de los programas periodísticos de cable después de la medianoche. Fernández , indignado, dijo que prefería no opinar sobre la posibilidad de una censura porque lo consideraría de una mediocridad suprema. Lo cierto es que deslizó que en el canal le informaron que por órdenes de la conducción de C5N se había decidido suspender la emisión después de varios llamados de funcionarios oficiales influyentes. Graciosas sino indignantes fueron las palabras del poderoso dueño de la emisora además de otros multimedios, Daniel Hadad, subrayando que el día que se enterara que Alberto Fernández fuera censurado abandonaba la profesión. Parece apropiado acercarle la hoja de la renuncia para que firme, ¿no?

domingo, 11 de marzo de 2012

El fracaso de los infalibles


Resultaba impresentable aún antes de ser tocado con la varita mágica de Cristina cuando lo eligió como compañero de fórmula, ante su asombro de adolescente descontrolado por tanto privilegio y la inquina de los otros postulantes que creían haber hecho méritos mayores y de muchos otros de los miembros del gabinete que lo despreciaban por variadas causas. Tenía la imagen de poco serio con su cabello al viento y su sonrisa permanente de artista del espectáculo sin obra conocida. Ya en esa época, cuando nadie se fijaba demasiado en él había chapeado su influencia de ministro de Economía para muchos trámites que le convenían, entre ellos la ayuda en tiempo meteórico para el salvataje de Ciccone Calcográfica, la imprenta destinada nada menos que a la emisión monetaria de un país, jaqueada entonces por una enorme deuda y un sinnúmero de irregularidades administrativas, contables e impositivas por las que la AFIP había demostrado  particular interés y sentido solidario. Ya vicepresidente de la Nación, y gastado en público en varias oportunidades por la Señora Presidenta quien lo acusó de “cheto” por vivir en el carísimo barrio de Puerto Madero, el mismo donde la primera Mandataria adquirió varias propiedades hace pocos meses, cometió actos impropios de su alta investidura tales como presentarse como guitarrista rockero vestido con bermudas en fiestas de oscuras características motivando la ira del enigmático y todopoderoso Máximo, el hijo heredero. Pero allí no terminó la cosa. A pesar de la maquinaria propagandística oficial transformadora de la realidad que aseguró que una operación de Clarín y La Nación estaba levantando una nueva ola de vergonzosas mentiras en contra del vicepresidente y por ende, de la Señora Cristina que lo había designado en tan alto y significativo cargo, apareció una dama desconocida que aseguró en los medios que su esposo era el testaferro de Boudou. No se sabe, claro si la Señora Laura Muñoz, la autora de la denuncia, es del riñón de Magneto, pero en el seno de la esclarecida “La Cámpora” suena fuerte esa versión, abonada por la acción del periodismo genuflexo. Pero a partir de entonces se sucedieron hechos que hicieron progresar con velocidad inusitada una causa por corrupción en la que está seriamente comprometido el primero en la sucesión del Poder Ejecutivo Nacional, amigo declarado del presidente  de la ex Ciccone Calcográfica, Alejandro Vanderbroele, esposo de Laura Muñoz. El vice Presidente  calló durante más de una semana, luego desmintió los cargos y su amistad con Vanderbroele, y pocas horas más tarde debió reconocer que había mentido en algunas cuestiones. Cuando todo hacía preveer un ineludible traumatismo con secuelas, salieron a rescatarlo, por orden de la Presidenta, algunos funcionarios, entre otros el inefable responsable de la AFIP, quien, cual consumado cantor de orquesta típica, delante de las cámaras desplegó un concierto de tango con lágrimas y todo que tenía como objetivo limpiar la imagen deteriorada del vice, muy comprometida aún para muchos funcionarios y consejeros oficialistas, algunos muy cercanos a la Presidenta que le reprocharon al oído "¿no te dije que era un boludo?"
    A pesar de tantas sospechas bien fundadas, y las claras evidencias a los ojos de la gente despierta, la causa no prosperará (como es usual). El vice Presidente tiene fueros y además es integrante de este Gobierno, y como si fuera poco, la Presidenta ha decidido defenderlo (en defensa propia). Pero como en los casos de los sobornos de Skaska, el enriquecimiento ilícito de los Kirchner, o el caso de corrupción por la construcción de viviendas por  las Madres de Plaza de Mayo en el que estaba comprometida su titular, Hebe de Bonafini,  todo se diluirá en las aguas agitadas del oficialismo, cada vez más agitadas porque todo en la vida tiene sus límites.
    Uno se preocupa ante el presente y se atemoriza por el futuro, ante la convicción que en el Gobierno se producen hechos de corrupción inocultables, que la realidad es más dura de lo que los discursos pretenden disimular, y que los dirigentes, aun los más brillantes y maravillosos se equivocan a veces, aunque más no sea para elegir a sus colaboradores.



sábado, 10 de marzo de 2012

La valla


Estuve de vacaciones. Viajé al norte en mi automóvil con mi mujer como copiloto. Salimos de Buenos Aires un sábado a la mañana por la ruta 9 a través de la autopista Buenos Aires- Rosario y por la de Rosario-Córdoba llegamos al atardecer a la capital mediterránea donde pernoctamos. Reanudamos a la mañana siguiente el viaje por la 60 hasta la 157, y en San Miguel de Tucumán retomamos la 9 hasta Guemes, donde giramos a la izquierda por la nueva autopista General Guemes-Salta, y arribamos a Salta al atardecer del domingo. Durante diez días recorrimos Salta, sus alrededores, Cafayate, las ruinas de los Quilmes, Tilcara, Purmamarca, y Humahuaca, para regresar luego por la ruta 34 hasta Tucumán donde retomamos la 9 y regresamos Buenos Aires previa escala de una noche en Deán Funes. Esporádicamente, en algún televisor de un bar norteño vi con desagrado el primer plano de la Señora Presidenta con las enérgicas y amargas expresiones a las que nos tiene acostumbrados, y en esos momentos no estaba dispuesto a tolerar sus nuevos pretextos para no alterar la paz de mis vacaciones, por lo que seguí de largo. La única vez que me acerqué a un televisor para enterarme de qué se trataba fue la mañana del trágico accidente de la Estación Once. Ese día vi a miles de personas desesperadas buscando a sus seres queridos desaparecidos, cientos de bomberos transpirados y sucios en plena labor, policías auxiliando a las víctimas, ambulancias y médicos corriendo de un lado a otro, tumultos de pasajeros exasperados atacando las instalaciones de la estación y quejándose de viajar diariamente como vacas hacia el matadero. Vi todo eso con el corazón acongojado. Pero no vi a la Señora Presidenta que parece se había ido a refugiar a su “lugar en el mundo” como suele llamar a alguna de sus mansiones del sur del país, en la que sus sirvientes le servirían su suculenta cena y luego su té de tilo y sus pastillas, mientras la pobre gente que viaja todos los días en trenes indecentes reconocía a la misma hora los cadáveres aplastados de sus hijos  o sus esposos o sus esposas. Pero que a la Presidenta que no le hablen de muerte porque ella sabe de que se trata, porque su amado esposo falleció en sus brazos a pesar que parecía eterno y todopoderoso, o al menos actuaba como si lo fuera. Su marido, cuya avidez de poder y dominio global le estrujó sus arterias coronarias prematuramente, constituye, para la Señora Presidenta, la vivencia equivalente de la gente común que sin otra ambición que  sobrevivir debe madrugar todos los días y tomar un colectivo atestado desde la esquina de su casa hasta la estación, y subirse a los empujones al vagón atestado y maloliente donde lo pisan, lo aprietan, lo golpean y le roban, y luego correr por los andenes hasta el subte en las entrañas de la tierra habitada por las ratas y los mendigos y los pordioseros, y los que duermen en los bancos de las estaciones porque no tienen donde dormir, y debe hacer las interminables colas para obtener el ticket del subte porque no tuvo oportunidad de conseguir la tarjeta SUBE, y debe luego correr hacia el andén del metro para tratar de subir a esos vagones repletos, donde se repiten a cada rato los vejámenes que conforman el viaje rutinario a su lugar de trabajo, y ese día hay paro, o se detuvo un coche sobre las vías o se suicidó un individuo arrojándose al paso, o hay menos vagones en las formaciones por dificultades  técnicas y los trenes están atrasados quince, veinte o cuarenta minutos, o el tren se detuvo en la oscuridad del trayecto y ordenan bajarse de los vagones, y jóvenes, viejos, embarazadas, y mujeres con bebés en los brazos, y viejos, o quebrados con muletas o paralíticos deben bajar del vagón y caminar por las vías entre las goteras que repiquetean en las cabezas o las napas que mojan los zapatos, y sigue la odisea para llegar a la siguiente estación, en medio de una multitud cansada, maloliente, agotada y malhumorada, y luego salir a la superficie y buscar un colectivo que pueda de una vez llevarlo al trabajo, habiendo perdido tiempo y el valor de un ticket de metro que nadie, nadie va a reconocer jamás. Pero eso en el fortuito caso que no haya un accidente previsible, absolutamente previsible como el de Once, en el que los informes de auditoría no fueron ni serán jamás oídos, sin que exista ninguna política de transporte que tenga en primer plano al ser humano que debe trasladarse por trabajo o por placer de un punto distante a otro. Nueve años de gobierno y los ferrocarriles argentinos son cada vez más inútiles y peligrosos, atados con el alambre argentino de la improvisación y de la complicidad asesina de los funcionarios para quienes existen los honores, las reuniones jocosas y burlonas de Olivos y de la Rosada, las genuflexiones a las reinas del Nilo,  los negocios personales y las coimas. Y esos señores y señoras ambiciosos y obedientes, bien vestidos, perfumados con esencias importadas, ascienden y ascienden cuando corresponde y van al fondo del infierno cuando llegan opiniones desfavorables a los oídos del mandamás o de la mandamás de turno. Sin embargo las penas son insignificantemente menores para los políticos oficialistas ansiosos de hacer carrera y dinero que para los pasajeros  de los trenes del suburbano que viajan diariamente como animales y llegan siempre tarde a sus trabajos, cuando no quedan cojos por algún accidente o pierden directamente la vida porque unos inútiles a sueldo no cumplen con el mandato para el que fueron elegidos precisamente por sus mismas víctimas.
    Me cansé en mi viaje de vacaciones de atravesar rutas mal mantenidas y señalizadas como la 60 o la 157, o la 9 a la salida de Tucumán, y del mal estado de la mano lenta en gran parte de las calzadas por la acción de los pesados camiones y buses que se han convertido, con anuencia oficial, en los amos de los caminos en detrimento de los automóviles que se hunden peligrosamente en las zanjas cavadas por los vehículos de gran porte y no arregladas por vialidad o las concesionarias según los casos, que retrasan su avance por colas de camiones con larguísimos acoplados, o que arriesgan su integridad por la imprudencia de los choferes profesionales. Y los camiones y los buses se adelantan imprudentemente ocupando la mano rápida cuando se les da en ganas y sin avisar previamente confiados seguramente en que serán mínimamente dañados en caso de colisión y desinteresándose absolutamente por la vida y la seguridad de los que vienen detrás. Mientras tanto, las Policías Provincial y Federal, y Gendarmería, persiguen a los automovilistas particulares pidiéndoles cada diez kilómetros la licencia, la cédula verde y el seguro (en Córdoba, desde Deán Funes hasta Colonia Caroya me detuvieron cinco veces para exigirme la misma documentación) pero no vi a ningún policía detener a ningún chofer de camión u bus por alguna de las múltiples infracciones de tránsito que constaté en el trayecto de más de 4000 kilómetros.
    Sobre la Panamericana y a 50 Km de Buenos Aires, el regreso de un día viernes por la tarde se vio retrasado a paso de hombre por lo que después conoceríamos obedecía al corte de la Illia por representantes de la villa 31, lo que motivó un retraso de tres horas para llegar a nuestra casa. Atravesamos Paseo Colón y pasamos frente a la Casa de Gobierno, en cuyo frente, estaba estacionado un flamante helicóptero con motor de reacción de las Presidencia de la Nación que aguardaba la salida de la Primera Mandataria de su trabajo para trasladarla en breves minutos hasta Olivos. En la vorágine del regreso convulsionado, entre miles y miles de autos que pretendían atravesar ese cuello de botella con pequeños avances que recalentaban el motor y el ánimo de los conductores que deseaban llegar a casa después de un arduo día, reflexioné sobre el origen de las apreciaciones oficiales y la interpretación de la realidad por parte de los funcionarios. La valla de la avenida que separaba nuestros vehículos de sufrientes ciudadanos del helipuerto de la Presidenta que saldría en un rato de la Casa de Gobierno sonriente y perfumada, era la valla de la realidad que la separa del resto de los mortales de su país, a quienes, por más que le pese, no conoce ni interpreta en absoluto aunque la hayan votado.