Está instalado en la
Argentina de estos días un verdadero entuerto relacionado con el periodismo y
su papel en la sociedad, discusión sobre
la que creía desde hace mucho que se había dicho casi todo. Hasta se habla ahora de periodismo militante
y periodismo profesional, enunciados que atraen acres vahos setentistas,
despertados por el inefable ex presidente recientemente muerto que se prefiere
no nombrar por algún críptico conjuro,
que nos había ya acostumbrado a una persistente apertura de frentes de
combate cargada de crispación epidémica que ha dejado como legado hereditario muchas heridas abiertas. Se diferencian estos
dos grupos como si entre los primeros sobresalieran los ideólogos de una nueva
corriente liberadora dispuesta a revolucionar (aunque este mote
curiosamente no se utilice) la política del país para encolumnarla en el tan
ansiado y abstracto proyecto nacional y popular que esbozó el general (también
innombrable en esta época) a su regreso definitivo hace cuarenta años. Y
de la otra parte, un enorme grupo irreconciliable de periodistas no
kirchneristas, los “cómplices de los monopolios”, verdadero escollo para los
proyectos de liberación nacional, periodistas calificados soezmente de
prostitutos baratos cuando no apedreados durante conferencias públicas en plena
ciudad de Buenos Aires. Se plantea también que desde la aparición de Néstor Kirchner en el escenario político argentino el periodismo ya no puede
ser considerado independiente y debe, forzosamente, encuadrarse en alguna de
estas dos categorías.
Es
cierto que el periodismo debe ser visto como una de las actividades del hombre
que exponen abierta o encubiertamente intereses determinados, generalmente
económicos o de poder, muchas veces monopólicos. Pero si esto es cierto en el
caso de Clarín y Magneto, por qué no lo sería en el de gobierno nacional y
Kirchner, si ambos manejan, o pretenden hacerlo, los mismos códigos. Nadie
podría llamarse a engaño, salvo bajo condiciones de extrema obsecuencia, escasa
instrucción, o intereses compartidos, que el dinero y el dominio desvelan tanto
a Magneto como a la familia Kirchner. No me gustaba que durante un clásico de
fútbol se mostrara una tribuna y no el campo de juego, pero tampoco me gusta
ver cuatro canales seguidos transmitiendo en vivo el mismo partido rociado
permanentemente de propaganda oficial. No me gusta que los empresarios de
medios se enriquezcan a costa de quienes consumen a alto precio sus productos
pero también detesto ver que la presidenta de los argentinos multiplica su
patrimonio año tras año durante el ejercicio de la función pública. Quizá hiera
la sensibilidad de muchos partidarios del gobierno porque no alcanzo a ver como ellos en perspectiva que
insignificantes son los aspectos personales de los actores en escenarios
históricos de cambio tan complejos como el actual. Aún así, y a pesar de un
enorme esfuerzo intelectual, no puedo alcanzarlos en sus razonamientos, máxime cuando durante la defensa ardiente de sus postulados, los oficialistas repiten y repiten que los otros tergiversan la realidad y exponen a la ciudadanía a sus mentiras, como si no tuviera la capacidad de análisis suficiente para evaluar por sí misma la información que recibe y como si la voz oficial, por el sólo hecho de proceder del gobierno, debiera ser necesariamente confiable.
Pienso que el peronismo, lejos de ser un
partido orgánico, y un movimiento como pretende serlo con su población de tan
amplio espectro que va desde el pobre que recuerda a la Evita de las manos abiertas
de los cincuenta hasta el actual vicepresidente electo procedente de un partido
de derecha y vecino del barrio más caro de Buenos Aires, debiera, simplemente por respeto al prójimo, tener una
sensibilidad muy especial con el tema de la libertad de expresión, y hacer
esfuerzos para respetarla, esfuerzos sobrehumanos aunque le cueste, como
demuestra cada día que le cuesta. Porque el monopolio de la información del
estado, convertida lisa y llanamente en propaganda de la mano de Raúl Apold,
fue una de las peores manchas del peronismo histórico que debiera haber quedado
definitivamente sepultada.
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