El universo de los
funcionarios y demás políticos de Argentina ofrece un escenario lamentable
donde permanentemente hacen su aparición monigotes de todas las características
que no son graciosos por ser tan ridículos y no alegran porque con sus acciones
y omisiones son responsables de la construcción de la vida cotidiana de quienes
vivimos en este país. Podríamos ir de arriba hacia abajo o viceversa y
tendríamos páginas y páginas que llenar con anécdotas, discursos, historias y
vivencias de los personeros oficialistas y los de la “oposición”, pequeños
atorrantes (lo de pequeños por su baja estatura de personas) que satisfechos de
sus vidas de privilegio juegan con los destinos de la Nación en un sentido
amplio, pero con el bolsillo, la calidad del trabajo, la salud, la vida o la
muerte, el destino de nuestros hijos, y nuestra libertad de ciudadanos en un
sentido más concreto. Una Presidente altiva a la que se le caen los anillos de
oro en el camino, empecinada en lograr sus caprichos rodeada de una corte de
inservibles que sólo son útiles para aplaudirla, mientras niega las
posibilidades de discutir sus ideas aún con su propio gabinete (no existen las
reuniones de gabinete en los gobiernos kirchneristas) y de brindarse, como es
su deber, a la publicidad de sus actos (de ahí lo de “queremos preguntar”). Que
no tiene capacidad para elegir segundos que al menos con alguna aureola
jerarquicen el gobierno al que pertenecen. Que carece de escrúpulos para
defender a truhanes que descaradamente hacen sus negocios millonarios haciendo
saltar Procuradores Generales, jueces y fiscales que investigan ilícitos
enormes como elefantes. Que comete la irresponsabilidad de tener como mano
derecha para los destinos económicos de la Nación a rufianes que carecen de la
mínima capacitación en el tema, y que improvisando diariamente manejan el
comercio, la balanza comercial y la moneda, como lo haría un marido bruto y
machista con una esposa tonta y sumisa. Hoy en Argentina, en un atentado
directo a las libertades públicas ningún ciudadano puede comprar un solo dólar
oficial por las restricciones de la AFIP, mientras que el resultado obtenido
con tal descabellada medida es el aumento de la brecha con el dólar paralelo
hasta cerca de 40%. Desde la Presidenta hasta los funcionarios serviles y el
coro de periodistasrepetidoresoficiales, llámense operadores ( a sueldo o por
convicción rasante) se explica que ellos manejan el timón para el 89% de la
población que jamás ha visto un dólar, mientras que el 11% restante (más de
tres millones y medio de personas), seguramente con no menos de dos personas a
su cargo en promedio (es decir más del 30% de la población), conoce el dólar,
pero no el que viene en valijas llenas desde el exterior para pagar campañas
como las de Antonini Wilson, ni los tres millones y medio como los de la
Presidenta depositados en una cuenta de ahorro según declaración de bienes del
año 2011, sino esos poquitos dólares que sirven para comprar una casa, una moto
importada, un repuesto de auto, un saxofón norteamericano, un viaje a Méjico, o
sólo para ahorrar, o “atesorar” como suelen llamarlo despectivamente, todos vicios deplorables de la desestabilizadora clase media argentina según los ojos oficialistas. Y
entonces sale un ser impresentable de bigotes gruesos, maquillado como
marioneta, papel que cumple a la perfección, con antecedentes de haberse
escapado en el baúl de un auto por robo durante su intendencia en una populosa
ciudad del conurbano, especialista en defender lo indefendible, y declara,
suelto de cuerpo, “los argentinos
debemos acostumbrarnos a pensar en pesos”, atribuyendo el desdoblamiento del
cambio a caprichos culturales de una minoría malcriada que pretende arruinar el
“modelo” que tantos frutos ha dado. Haciendo gala de su habilidad embaucadora
frente a periodistas que no se atreven a esgrimir otros argumentos para
reafirmar que los argentinos no tienen por qué buscar dólares en vez de pesos,
como si el Señor fuera quien dispone de la voluntad de los ciudadanos, como si
él comprara las propiedades en pesos en un mercado que por siempre operó en
dólares, como si la gente fuera tan estúpida e ignorara que hubo argentinos que
perdieron lo poco que tenían alguna vez en la Historia reciente por estas
cuestiones del dólar volador frente a los enunciados de los funcionarios de
turno (“el que apuesta al dólar pierde”), desconociendo descaradamente que el precio del
dólar es una consecuencia, no la causa de la crisis progresiva de la economía
argentina, y que todos ahorrarían en pesos si es que no existiera una inflación
entre 25 y 30% anual que licua los sueldos según nos enseñan los supermercados
todos los meses, salvo a los que creen en los vergonzosos números del INDEC,
defendidos a rajatabla por los salvadores de la Patria. Todo el día suenan los
anuncios oficiales de bonanzas no reconocidas por “las corporaciones” fantasmas
que parecen ser responsables de todos los males en un país de maravilla. Sin
embargo, la avidez del Gobierno por no perder un solo dólar es sintomático. La
impresión de billetes (por la ex Ciccone calcográfica salvada curiosamente por
el vicepresidente Boudou) no tiene freno: en los cajeros automáticos salen
flamantes y calientes como panchos. La obra pública en la provincia y los
municipios está totalmente parada. Los gobernadores de las provincias, azuzados
por el Gobierno, aumentan los impuestos inmobiliarios para incrementar la
recaudación y aliviar las arcas exhaustas de las gobernaciones, y a la vez reevaluar
las alícuotas del campo para que el Gobierno Nacional cobre un monumental
incremento en concepto de bienes personales, castigando a los pequeños y
medianos productores ya jaqueados por las sequías y las inundaciones de la
última campaña, y si no basta con mirar a la provincia de Buenos Aires, a punto
de ser castigada con un decreto de Scioli quien tendrá buena imagen para los
estadísticos pero que muestra claramente la hilacha para lo que vendrá en el caso
improbable que reemplace a su Reina. Está pendiente el quorum, hasta ahora
pospuesto, para que el parlamento bonaerense discuta el proyecto
Kirchner-Scioli, pero ya la oposición, (Radicalismo, Frente Amplio Progresista),
haciendo gala de su habitual carencia de habilidad política, está negociando fervientemente
la posibilidad de permitir el decretazo del Gobierno para el impuesto
inmobiliario, y la pospuesta para discutir a la larga un revalúo fiscal
escalonado, favoreciendo a Scioli pero no a Cristina, en lo inmediato, claro.
Frente a este panorama político revistado a
vista de pájaro, corresponde ahora analizar el papel de sus observadores
naturales de los hechos cotidianos y su capacidad para reflejarlos en la
comunidad, los periodistas. Un punto de inflexión en el escenario periodístico
fue el programa de Lanata donde unos cien periodistas reconocidos por sus
honestidad e independencia unieron sus voces para reclamar “queremos preguntar”,
aludiendo al silencio permanente del Gobierno frente al periodismo no
kirchnerista que es despreciado sin pausa desde las usinas de la Casa Rosada,
transmitiendo juicios descalificadores a través de todos sus ministros, y de
los “periodistas” e “intelectuales” adictos , muchos de ellos a sueldo, a
través de la radio (en algunos programas de Continental por ejemplo) y la
televisión (paradigmáticamente con el programa “Seis, siete, ocho”, ejemplo de
servilismo y anencefalia). A partir de ese histórico programa que dejó desnudo
al Gobierno en su prepotencia y sordera, se sucedieron múltiples
manifestaciones esperables, como los improperios de “Seis, siete y ocho” y los
de relatores históricos mutados en conversos kirchneristas, que hicieron de ese
enorme grupo de seres pensantes, críticos y valientes, un saco de excrementos.
Y otras, poco frecuentes pero cualitativamente interesantes. Una, la inesperada
ausencia en ese estrado de la compañera radial matutina de la prestigiosa Magdalena
Ruiz Guiñazú y de Edgardo Alfano, María O¨Donell, reciente ganadora del Martín Fierro
por “mejor actuación periodística radial”, en el mismo programa de Magdalena. Con
dura racionalización no exenta de verborragia (muy frecuentes en su discurso),
María decepcionó al intentar explicar su
ausencia por su exigencia de “algo más que queremos preguntar”, como si esa
consigna descalificara todo el reclamo necesariamente más amplio según su
entender, en una postura “para mí esto no sirve” de subvaloración del esfuerzo
de sus compañeros habituales de trabajo en coincidir en un reclamo
absolutamente básico y claro. El otro, es el lamentable discurso en la fiesta
de los Martín Fierro de Reynaldo Sietecase, galardonado por su labor
periodística en Radio del Plata, quien subrayó que había que preguntar al
Gobierno “pero también a las
corporaciones”, ensuciando la cancha de sus colegas y hundiéndose más al
menospreciarlos en su calidad de “fiscales de la Patria”, en una lamentable
diatriba confusa y deficiente que no logró definir en ninguna de los intentos
posteriores de aclaración que hizo a los medios, mostrando un razonamiento
obtuso y torpe.
El sainete argentino tiene para todos los
gustos. La compleja realidad se procesa en Olivos y la Rosada escamoteando los
planos, ocultando verdades, ejercitando la esquizofrenia, y menospreciando la
inteligencia del ciudadano, en un desfile de payasos, inmorales y atorrantes
que se hacen de lo ajeno y se vanaglorian de sus actos como si fueran sublimes.
La oposición, impotente y estéril, cuando debe actuar yerra una y otra vez,
detrás de un Gobierno que juega con ella como el gato maula del tango, exponiéndola como a un mísero ratón. Y cuando por fin quienes
tienen la obligación de reflejar la realidad, los periodistas, logran pararse
frente a un poder que pretende ser omnímodo y exigirle respuestas, son salpicados
por los necios que viven de órdenes y pagos regulares, de torpes que no saben
donde están parados, y de perfeccionistas que se contentan con los premios de
la televisión, olvidando que hay momentos en la vida en los que es imperativo
jugarse en lugar de sentarse a esperar los efímeros trofeos de oro.
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