En la calle se sabe que
las tropelías kirchneristas van de la mano de una oposición estéril, que navega
en aguas agitadas en una larga noche oscura. Y la gente siente indignación por
la falta de una alternativa en la que apoyarse para enfrentar tanto dislate.
Pero si faltaba algo después de la aplastante y peligrosa victoria de cristina
Kirchner en las últimas presidenciales vaya ahora la experiencia del Senado
argentino con el proyecto de expropiación de Repsol que marcha velozmente hacia
su reglamentación. El espejismo kirchnerista de presentar a la Nación toda la
falsa disyuntiva agitada por Pichetto y por Aníbal Fernández de “liberación o
dependencia”, vieja trampa del Perón de los setenta, fue tragada una vez más
por una oposición inservible que deja nuevamente en manos de mentirosos y
corruptos la conducción de una de las herramientas básicas de un Estado cual es
el dominio de la política energética. En el Senado de la Nación Argentina, 33
son los votos kirchneristas a favor del proyecto de la Presidenta, a los que se
les suman 9 de los aliados y otros 3 agregados, pero también 4 del Frente
Amplio Progresista (FAP) y 16 de la UCR, estos dos últimos supuestos opositores
que pretendían canalizar las voluntades de los no kirchneristas. Sagaz fue la
apreciación de quienes desconfiaron de sus propuestas como para no entregarles
la responsabilidad de la conducción del Estado, pero peligrosa la consecuencia
de que una banda de forajidos lleve adelante, sin frenos, una política de
desaciertos y división de consecuencias insospechadas en el futuro. ¿Cómo
hacerles ver a los “opositores complacientes” que aquí no se trata de ser o no
ser patriotas por acompañar o no la idea de qué es más conveniente tener la
propiedad de una empresa que fue rifada pocos años antes por los mismos que hoy
pretenden salvarla de las garras de los capitales extranjeros? Que simplemente
se trata de apoyar o no una maniobra política adoptada extemporáneamente en la
soledad del poder absoluto por quienes han sido cómplices del vaciamiento de la
empresa y que no tienen autoridad moral, dados sus antecedentes, de conducir un
proceso de transformación que está contaminado con las sospechas de negociados
ocultos a los que son tan propensos sus protagonistas. Basta con subrayar una
vez más que detrás de los anuncios rimbombantes del gobierno están los consejos
de Roberto Dromi, artífice actual de las estatizaciones en marcha, pero liberal
privatizador durante los noventa, responsable directo del quiebre económico y
moral del país junto a Ménem y Cavallo.
No se trata entonces, como decía el
impetuoso joven Kicillof de quejarse porque la Revolución de Mayo fue hecha en
1810 y no en 1805, primero porque esta no es una revolución liberadora, aunque
la mayoría de la oposición haya comprado el caramelo, y segundo, porque la junta
de gobierno de estos días está formada por los mismos actores indeseables de ayer y no por
patriotas en búsqueda de una nueva identidad nacional.
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