domingo, 22 de diciembre de 2013

La máquina trituradora.

Inmediatamente después de conocidos los guarismos de las primarias de agosto, con el derrumbe del kirchnerismo al estilo puro llevada por el impulso maniático de Cristina hasta el cadalso, resultaba claro que el gobierno no podía seguir gobernando. Quedaban por delante dos largos años de gestión con un poder totalmente gastado y una realidad temible, marcada por la futura conflictividad social y la inflación desbocada. Un análisis desapasionado mostraba como ineludible un desplazamiento de la presidente y su núcleo duro, en vista de que la cintura política, plástica necesaria en situaciones de apremio, no parecía probable dado el curriculum de la conductora y los compromisos asumidos con sus acólitos,  los fogoneros “intelectuales” que amasan ingeniosamente la interpretación del devenir kirchnerista, (diríamos “Carta abierta” o “Justicia legítima”) y la troupe aplaudidora, dividida entre quienes pretenden conservar sus sillones (digamos gobernadores e intendentes) o ganar algunos mejor tapizados (alcahuetes presidenciables como Scioli o Capitanich), y los jóvenes pseudorrevolucionarios convencidos de constituir la guardia pretoriana de un proceso revolucionario resucitado de los setentas conducido por un antilider ausente e impresentable como Máximo Kirchner, (llamemos a estos “La Cámpora”). Y la presidenta renunció. De un manera inesperada pero lo hizo. No cuestionaré lo del drenaje del hematoma en la cabeza porque carezco de la historia clínica que podría documentarlo, aunque se sabe que las auditorías de los sanatorios suelen falsificarlas en beneficio de las instituciones. Lo cierto es que la presidenta desapareció del protagonismo hartante al que nos tenía sometidos a los ciudadanos día y noche, cadena tras cadena. Y apareció al fin Capitanich, un conocido y rico gobernador del Chaco, provincia marcada por la marginación de los pobres y la segregación de los aborígenes, a cambiar la cara del gobierno con caóticas conferencias de prensa matinales y a exponerse a la máquina trituradora de la realidad argentina que rápidamente devoró al candidato peronista triunfante Massa, otrora mano derecha de Cristina y hasta octubre principal opositor. Esta pieza, ubicada en el tablero por la intelligenza cristinista para la “renovación del gobierno” y la digestión de la larga lista de disconformes que había manifestado su voluntad en las urnas, pretendía fundamentalmente, instalar la figura de Capitanich como candidato de Cristina frente a dos de sus enemigos circunstanciales: Massa y Scioli. El primero fue sepultado inmediatamente por la velocidad de los acontecimientos. Y Scioli, eterno aguardador profesional, típico empleado mediocre que espera años y años que sus compañeros sanguíneos caigan desangrados por las luchas intestinas, no menos ambicioso e inservible que aquellos, logra victorias parciales que en un país anormal como Argentina puede darle al fin, para la prosecución del mal de los ciudadanos,  la recompensa largamente acariciada en sus sueños que todo lo soportó a lo largo de los años. Otro error de cálculo del núcleo de los cerebros del gobierno, algunos golpeados, otros tullidos, que metieron en escena hace un mes a un jefe de gabinete que está diluyendo su capital y sus ambiciones cada vez que abre la boca (o la cierra) , (conflictividad social frente a extorsión de la policía provincial con un resultado de 14 muertos en menos de una semana, descalabro económico con inflación creciente, saqueos, crisis energética con cortes de luz cada vez más frecuentes y más largos), y la voracidad de quienes lo rodean (literalmente) en su acción de gobierno, llámese Cristina Kirchner, Carlos Zannini, Oscar Parrilli, Julio De Vido, Axcell Kicillof. Que el conflicto policial haya dejado de ser “una cuestión salarial que compete en forma exclusiva y excluyente a las provincias” para convertirse en “hubo acciones deliberadas por grupos determinados”, o que para el manejo de los cortes de luz “una programación rotativa podría ser una alternativa…” se transformase, después de una reprimenda de la presidenta en “el tema de cortes programados…fue definitivamente una expresión incorrecta de mi parte”, y que sobre la crisis energética “no forma parte de la agenda del Estado propiciar una intervención de las empresas eléctricas” se vire a “estamos dispuestos a hacernos cargo del servicio”, todas estas contradicciones no hacen más que demostrar lo endeble del poder en Argentina, y la impotencia de un gobierno para controlar la máquina trituradora.
    Pero como la imaginación, como el poder,  se gastan con el tiempo, y quienes han ganado, por lealtad claro, puestos de altísima responsabilidad que quizás los exceden, deben enfrentar diariamente una realidad que está sólo detrás de las puertas con que cierran sus propias realidades, apelan a recursos ya utilizados y reconocidamente inútiles, como el miedo (aunque esbozado) para “asegurar” el control de la economía. Y reaparece entonces un caballito de batalla peronista de todos los tiempos  como el control de precios de la mano de un inexperto joven ministro de economía que asegura que se trata de “un acuerdo voluntario de precios” firmado por empresarios rodeados de las huestes de “La Cámpora” aportadas por Máximo Kirchner que portando adustos rostros de cachiporra y uniformes oscuros expresaban que allí estaban ellos, los defensores de la Patria para el cumplimiento de la política nacional y popular en defensa de las mayorías.

    Pero la pérdida del poder y la duda perturban el sueño de la presidenta y de sus más lúcidos allegados (y está bien que así sea).En apenas un mes las mediciones indican una caída de diez puntos la popularidad de la presidenta. La inflación toca el 30% en lo que va del año. El déficit supera el 5% del PBI. A los vencimientos de los papeles del estado se suman los reclamos de los policías y en las próximas semanas los de una multitud más de empleados públicos. El “remedio” será la emisión monetaria y el vaciamiento del ANSES. Nadie sabe con exactitud que hizo el gobierno de los 900.000 millones de dólares que ingresaron al Estado en diez años de kirchnerismo. Mientras tanto las reservas del Central decrecen a pasos agigantados. Los cortes de luz crecieron 25% desde el 2008, como respuesta a que la oferta de energía marcha detrás de la demanda. El gobernador de Corrientes piensa en Cuasimonedas para hacer frente a sus compromisos. Y trasciende que Lázaro Báez, socio de los Kirchner, empresario emblemático de la “década ganada” compró 263.200 hectáreas en diez años sólo en Santa Cruz, y que pagó 14.5 millones, por medio de siete empresas, a la gerenciadora de los hoteles de los Kirchner que suelen verse vacíos durante todo el año. La respuesta de los sospechados es que la corporación mediática pretende voltear a un gobierno que cojea hace tiempo por enfermedades propias. Pero el relato, como el poder, se gastan con el tiempo, y la realidad termina por imponerse fatalmente. La duda no exenta de preocupación y angustia es cómo hará el gobierno para sobreponerse, de aquí a dos años y pese a un narcotizante campeonato internacional de fútbol, a la máquina trituradora de la realidad que termina comiéndose a los protagonistas y a los autores de los desastres.

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