Inmediatamente después
de conocidos los guarismos de las primarias de agosto, con el derrumbe del
kirchnerismo al estilo puro llevada por el impulso maniático de Cristina hasta
el cadalso, resultaba claro que el gobierno no podía seguir gobernando.
Quedaban por delante dos largos años de gestión con un poder totalmente gastado
y una realidad temible, marcada por la futura conflictividad social y la
inflación desbocada. Un análisis desapasionado mostraba como ineludible un
desplazamiento de la presidente y su núcleo duro, en vista de que la cintura
política, plástica necesaria en situaciones de apremio, no parecía probable
dado el curriculum de la conductora y los compromisos asumidos con sus
acólitos, los fogoneros “intelectuales”
que amasan ingeniosamente la interpretación del devenir kirchnerista, (diríamos
“Carta abierta” o “Justicia legítima”) y la troupe aplaudidora, dividida entre
quienes pretenden conservar sus sillones (digamos gobernadores e intendentes) o
ganar algunos mejor tapizados (alcahuetes presidenciables como Scioli o
Capitanich), y los jóvenes pseudorrevolucionarios convencidos de constituir la
guardia pretoriana de un proceso revolucionario resucitado de los setentas
conducido por un antilider ausente e impresentable como Máximo Kirchner,
(llamemos a estos “La Cámpora”). Y la presidenta renunció. De un manera
inesperada pero lo hizo. No cuestionaré lo del drenaje del hematoma en la
cabeza porque carezco de la historia clínica que podría documentarlo, aunque se
sabe que las auditorías de los sanatorios suelen falsificarlas en beneficio de
las instituciones. Lo cierto es que la presidenta desapareció del protagonismo
hartante al que nos tenía sometidos a los ciudadanos día y noche, cadena tras
cadena. Y apareció al fin Capitanich, un conocido y rico gobernador del Chaco,
provincia marcada por la marginación de los pobres y la segregación de los
aborígenes, a cambiar la cara del gobierno con caóticas conferencias de prensa
matinales y a exponerse a la máquina trituradora de la realidad argentina que
rápidamente devoró al candidato peronista triunfante Massa, otrora mano derecha
de Cristina y hasta octubre principal opositor. Esta pieza, ubicada en el
tablero por la intelligenza cristinista para la “renovación del gobierno” y la
digestión de la larga lista de disconformes que había manifestado su voluntad
en las urnas, pretendía fundamentalmente, instalar la figura de Capitanich como
candidato de Cristina frente a dos de sus enemigos circunstanciales: Massa y
Scioli. El primero fue sepultado inmediatamente por la velocidad de los
acontecimientos. Y Scioli, eterno aguardador profesional, típico empleado mediocre
que espera años y años que sus compañeros sanguíneos caigan desangrados por las
luchas intestinas, no menos ambicioso e inservible que aquellos, logra
victorias parciales que en un país anormal como Argentina puede darle al fin,
para la prosecución del mal de los ciudadanos, la recompensa largamente acariciada en sus
sueños que todo lo soportó a lo largo de los años. Otro error de cálculo del
núcleo de los cerebros del gobierno, algunos golpeados, otros tullidos, que
metieron en escena hace un mes a un jefe de gabinete que está diluyendo su capital
y sus ambiciones cada vez que abre la boca (o la cierra) , (conflictividad
social frente a extorsión de la policía provincial con un resultado de 14
muertos en menos de una semana, descalabro económico con inflación creciente,
saqueos, crisis energética con cortes de luz cada vez más frecuentes y más
largos), y la voracidad de quienes lo rodean (literalmente) en su acción de
gobierno, llámese Cristina Kirchner, Carlos Zannini, Oscar Parrilli, Julio De
Vido, Axcell Kicillof. Que el conflicto policial haya dejado de ser “una
cuestión salarial que compete en forma exclusiva y excluyente a las provincias”
para convertirse en “hubo acciones deliberadas por grupos determinados”, o que
para el manejo de los cortes de luz “una programación rotativa podría ser una
alternativa…” se transformase, después de una reprimenda de la presidenta en
“el tema de cortes programados…fue definitivamente una expresión incorrecta de
mi parte”, y que sobre la crisis energética “no forma parte de la agenda del
Estado propiciar una intervención de las empresas eléctricas” se vire a
“estamos dispuestos a hacernos cargo del servicio”, todas estas contradicciones
no hacen más que demostrar lo endeble del poder en Argentina, y la impotencia
de un gobierno para controlar la máquina trituradora.
Pero como la imaginación, como el
poder, se gastan con el tiempo, y
quienes han ganado, por lealtad claro, puestos de altísima responsabilidad que
quizás los exceden, deben enfrentar diariamente una realidad que está sólo
detrás de las puertas con que cierran sus propias realidades, apelan a recursos
ya utilizados y reconocidamente inútiles, como el miedo (aunque esbozado) para
“asegurar” el control de la economía. Y reaparece entonces un caballito de
batalla peronista de todos los tiempos
como el control de precios de la mano de un inexperto joven ministro de
economía que asegura que se trata de “un acuerdo voluntario de precios” firmado
por empresarios rodeados de las huestes de “La Cámpora” aportadas por Máximo
Kirchner que portando adustos rostros de cachiporra y uniformes oscuros
expresaban que allí estaban ellos, los defensores de la Patria para el
cumplimiento de la política nacional y popular en defensa de las mayorías.
Pero la pérdida del poder y la duda
perturban el sueño de la presidenta y de sus más lúcidos allegados (y está bien
que así sea).En apenas un mes las mediciones indican una caída de diez puntos
la popularidad de la presidenta. La inflación toca el 30% en lo que va del año.
El déficit supera el 5% del PBI. A los vencimientos de los papeles del estado
se suman los reclamos de los policías y en las próximas semanas los de una
multitud más de empleados públicos. El “remedio” será la emisión monetaria y el
vaciamiento del ANSES. Nadie sabe con exactitud que hizo el gobierno de los
900.000 millones de dólares que ingresaron al Estado en diez años de kirchnerismo.
Mientras tanto las reservas del Central decrecen a pasos agigantados. Los
cortes de luz crecieron 25% desde el 2008, como respuesta a que la oferta de
energía marcha detrás de la demanda. El gobernador de Corrientes piensa en Cuasimonedas
para hacer frente a sus compromisos. Y trasciende que Lázaro Báez, socio de los
Kirchner, empresario emblemático de la “década ganada” compró 263.200 hectáreas
en diez años sólo en Santa Cruz, y que pagó 14.5 millones, por medio de siete
empresas, a la gerenciadora de los hoteles de los Kirchner que suelen verse
vacíos durante todo el año. La respuesta de los sospechados es que la
corporación mediática pretende voltear a un gobierno que cojea hace tiempo por
enfermedades propias. Pero el relato, como el poder, se gastan con el tiempo, y
la realidad termina por imponerse fatalmente. La duda no exenta de preocupación
y angustia es cómo hará el gobierno para sobreponerse, de aquí a dos años y
pese a un narcotizante campeonato internacional de fútbol, a la máquina
trituradora de la realidad que termina comiéndose a los protagonistas y a los
autores de los desastres.
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