Ya
había anticipado una de las alcahuetas mas incondicionales de la presidenta (Diana
Conti), que el lunes 19 de enero los kirchneristas irían a la sesión del
Congreso solicitada por la oposición donde el fiscal del caso AMIA, Alberto
Nisman, aclararía detalles sobre pruebas contundentes basadas en escuchas, del
encubrimiento de Irán en el sangriento atentado a la AMIA , por parte de la
presidenta argentina a través de estrechos colaboradores en una trama de
intercambio comercial con olor a petróleo iraní materializado en un memorandum
pergeñado por el oficialismo en el Congreso entre gallos y medianoche. Conti
había asegurado que irían a enfrentarlo a Nisman con los tapones de punta para
demolerlo, y era verdad. Pero parece que no con tapones sino con plomo de la bala de una
22 colocada en su sien por sicarios especializados en transformar asesinatos
políticos por encargo en suicidios neuróticos según versiones lanzadas al aire
por representantes del gobierno (empezando por el ministro de seguridad Berni)
apenas dado a conocer el hallazgo del cuerpo de la víctima. ¿Cómo que no
sospechar que el gobierno de una republiqueta kirchnerista está involucrado según el más rancio estilo mafioso en el crimen de un representante de la justicia no adicta que al
día siguiente de su ejecución pretendía denunciarla con lujo de detalles en una
transacción maquiavélica con los responsables de una de las principales masacres
perpetradas por grupos fundamentalistas en nuestro país? ¿Por qué no sería
capaz de hacerlo si en un país dominante como Estados Unidos se baleó sin
empacho a la vista del mundo a un presidente como JFK porque ya no
convenía a los intereses del imperio? ¿Acaso
pocos años antes otro presidente de la Argentina no hizo volar una ciudad entera como
Río Tercero para ocultar las pruebas de un indecente tráfico de armas a
Ecuador? ¿Desde cuando el poder en Argentina no se atrevería a tanto si toda su
Historia está preñada de crímenes políticos planificados desde el gobierno incluyendo el último de Perón sin ir más lejos y aunque esté contraindicado meterse con el
General? El oficialismo salió rápidamente a explicar que el crimen comprometía
al gobierno y que, en consecuencia, era claro que sectores de la justicia
(Nisman) en relación a grupos de inteligencia desplazados (Stiusso) se habían
unido en un complot contra el gobierno nacional y popular. Incluso pocas horas
antes del atentado caros carteles del Movimiento Evita salieron a la calle para
amenazar a quien quisiera atentar contra la estabilidad de la presidenta (“Cristina
somos todos” rezaban): ¿cómo Nisman por ejemplo? La necesidad de la eliminación de Nisman por
el kirchnerismo estaba claramente declarada por sus propios protagonistas. Pero
la dialéctica kirchnerista, como siempre, sale a las calles a explicar lo absurdo y a
oscurecer el cielo con nubes de humo, cuando, aún en las novelas policiales más
básicas, la primera pregunta que se hace el detective que asiste el caso de un
asesinato es: “¿a quién beneficia esta muerte?”. No se trata aquí que esta
brutal respuesta del poder ante una denuncia tan grave perjudique al principal
sospechoso (el gobierno). Se trata de comprender que con este crimen político
el gobierno ganó el perjuicio menos grave, como el del escándalo inmediato que hubiere
desatado la exposición detallada del fiscal en plena sede del Parlamento. Y en
un momento en que el acoso de la prensa y la justicia frente a la inminencia de
la retirada del gobierno y el fin de sus prebendas se hacía intolerable. Cuando
era niño a esta acción, en la que se especializa el partido del gobierno, la
llamábamos “embarrar la cancha”, práctica muy utilizada por los indeseables de
todas las épocas aunque más no fuera que para ganar tiempo. Y a los personajes
capaces de tales aberraciones las calificábamos simplemente de atorrantes y malvivientes. Sin eufemismos. Como interpreta los hechos la gente de
sentido común y no los “intelectuales” de la revolución camporista con sus
explicaciones estúpidas y cómplices.
Como lo entendió aquella señora en una manifestación popular contra el
gobierno, con un cartel en el que se veía una foto de la presidenta con un
gesto de la soberbia a la que nos tiene acostumbrados y una leyenda que decía
“¿Quién más quiere hacer una denuncia?” demostrando que el asesinato de Nisman
es un mensaje oficial de límite infranqueable a la justicia, y por extensión a
la prensa y a los otros factores de poder que se interpongan en el pasillo de
salida.
Pueden esbozarse mil y una
hipótesis de los hechos que llevaron a la tumba al pobre Nisman. Pasarán muchos
años y así como con lo del atentado a la AMIA , es posible que jamás salga a la luz toda la
verdad sobre este horrendo crimen. Pero lo que es y será indiscutible para la Historia , es que el
actual gobierno argentino estuvo involucrado en este crimen, y que la Presidenta
y sus colaboradores más estrechos, tendrán que caminar mucho años por los pasillos de los tribunales para demostrar que no son chorros ni asesinos.