miércoles, 21 de enero de 2015

Gobierno de chorros ...¿y asesinos?.



   Ya había anticipado una de las alcahuetas mas incondicionales de la presidenta (Diana Conti), que el lunes 19 de enero los kirchneristas irían a la sesión del Congreso solicitada por la oposición donde el fiscal del caso AMIA, Alberto Nisman, aclararía detalles sobre pruebas contundentes basadas en escuchas, del encubrimiento de Irán en el sangriento atentado a la AMIA, por parte de la presidenta argentina a través de estrechos colaboradores en una trama de intercambio comercial con olor a petróleo iraní materializado en un memorandum pergeñado por el oficialismo en el Congreso entre gallos y medianoche. Conti había asegurado que irían a enfrentarlo a Nisman con los tapones de punta para demolerlo, y era verdad. Pero parece que no con tapones sino con plomo de la bala de una 22 colocada en su sien por sicarios especializados en transformar asesinatos políticos por encargo en suicidios neuróticos según versiones lanzadas al aire por representantes del gobierno (empezando por el ministro de seguridad Berni) apenas dado a conocer el hallazgo del cuerpo de la víctima. ¿Cómo que no sospechar que el gobierno de una republiqueta kirchnerista está involucrado según el más rancio estilo mafioso en el crimen de un representante de la justicia no adicta que al día siguiente de su ejecución pretendía denunciarla con lujo de detalles en una transacción maquiavélica con los responsables de una de las principales masacres perpetradas por grupos fundamentalistas en nuestro país? ¿Por qué no sería capaz de hacerlo si en un país dominante como Estados Unidos se baleó sin empacho a la vista del mundo a un presidente como JFK porque ya no convenía  a los intereses del imperio? ¿Acaso pocos años antes otro presidente de la Argentina no hizo volar una ciudad entera como Río Tercero para ocultar las pruebas de un indecente tráfico de armas a Ecuador? ¿Desde cuando el poder en Argentina no se atrevería a tanto si toda su Historia está preñada de crímenes políticos planificados desde el gobierno incluyendo el último de Perón sin ir más lejos y aunque esté contraindicado meterse con el General? El oficialismo salió rápidamente a explicar que el crimen comprometía al gobierno y que, en consecuencia, era claro que sectores de la justicia (Nisman) en relación a grupos de inteligencia desplazados (Stiusso) se habían unido en un complot contra el gobierno nacional y popular. Incluso pocas horas antes del atentado caros carteles del Movimiento Evita salieron a la calle para amenazar a quien quisiera atentar contra la estabilidad de la presidenta (“Cristina somos todos” rezaban): ¿cómo Nisman por ejemplo?  La necesidad de la eliminación de Nisman por el kirchnerismo estaba claramente declarada por sus propios protagonistas. Pero la dialéctica kirchnerista, como siempre,  sale a las calles a explicar lo absurdo y a oscurecer el cielo con nubes de humo, cuando, aún en las novelas policiales más básicas, la primera pregunta que se hace el detective que asiste el caso de un asesinato es: “¿a quién beneficia esta muerte?”. No se trata aquí que esta brutal respuesta del poder ante una denuncia tan grave perjudique al principal sospechoso (el gobierno). Se trata de comprender que con este crimen político el gobierno ganó el perjuicio menos grave, como el del escándalo inmediato que hubiere desatado la exposición detallada del fiscal en plena sede del Parlamento. Y en un momento en que el acoso de la prensa y la justicia frente a la inminencia de la retirada del gobierno y el fin de sus prebendas se hacía intolerable. Cuando era niño a esta acción, en la que se especializa el partido del gobierno, la llamábamos “embarrar la cancha”, práctica muy utilizada por los indeseables de todas las épocas aunque más no fuera que para ganar tiempo. Y a los personajes capaces de tales aberraciones las calificábamos simplemente de atorrantes y malvivientes. Sin eufemismos. Como interpreta los hechos la gente de sentido común y no los “intelectuales” de la revolución camporista con sus explicaciones estúpidas y cómplices.  Como lo entendió aquella señora en una manifestación popular contra el gobierno, con un cartel en el que se veía una foto de la presidenta con un gesto de la soberbia a la que nos tiene acostumbrados y una leyenda que decía “¿Quién más quiere hacer una denuncia?” demostrando que el asesinato de Nisman es un mensaje oficial de límite infranqueable a la justicia, y por extensión a la prensa y a los otros factores de poder que se interpongan en el pasillo de salida.
    Pueden esbozarse mil y una hipótesis de los hechos que llevaron a la tumba al pobre Nisman. Pasarán muchos años y así como con lo del atentado a la AMIA, es posible que jamás salga a la luz toda la verdad sobre este horrendo crimen. Pero lo que es y será indiscutible para la Historia, es que el actual gobierno argentino estuvo involucrado en este crimen, y que la Presidenta y sus colaboradores más estrechos, tendrán que caminar mucho años por los pasillos de los tribunales para demostrar que no son chorros ni asesinos.