sábado, 14 de diciembre de 2013

Ladrones e incapaces


Retomar un blog luego de casi un año y medio no es fácil. Hubiera sido quizá más prolijo (u obsesivo), reiniciarlo a principio de año, cumpliendo aquel prefijo tradicional y esquemático de  “Año nuevo, vida nueva”. Pero nada pudo con la indignación con la que la realidad abofetea diariamente a los habitantes despiertos de este país condenado al fracaso más rotundo. Queda como pendiente para los escasos lectores de estas páginas las excusas por mi alejamiento por tan largo lapso, pero considerando que todos los que estamos metidos en este tipo de juegos somos humanos llenos de huecos y contradicciones, sirvan, en este momento de urgencias mayores, mis disculpas.
    Son muchas, demasiadas diría, las imágenes que se agolpan en mi memoria reciente, muy reciente, de días nomás, que han gatillado este esfuerzo mío por traducir en palabras lo vivido y no salir de mi casa a los gritos alertando a todo el mundo que esto está acabado. Pero la situación detonante ha sido la manifestación de dementes portadores de camisetas pintadas con franjas transversales azules y amarillas que, aparentemente convocados por redes sociales, se apoderaron del centro de la ciudad de Buenos Aires, incluyendo el fálico obelisco al que reemplazaron la bandera de la Nación Argentina por un trapo con las mismas franjas azules y amarillas de sus camisetas. Detuvieron el tránsito en la hora pico, cuando miles y miles de habitantes intentan regresar a sus casas después de un arduo día de trabajo y o trámites, rompieron todo lo que se presentaba a su paso, robaron, estropearon canteros de flores e instalaciones del metrobús hace pocos meses inaugurado, hicieron pintadas imbéciles (por ejemplo: “Boca sin fin…”) sobre comercios y monumentos públicos como el mismo obelisco, mearon sobre los mismos, rompieron cientos de botellas, vidrieras y marquesinas esparciendo los fragmentos de vidrio por todos lados, arrojaron miles de cartones de tetrabrik ya utilizados para saciar su sed y estimular sus embestidas, aterrorizaron a la población de toda una sociedad que se sintió una vez más (y van…) despojada de lo que se llama “público” y resulta ser del más fuerte, del más prepotente, del más atorrante, del grandote del barrio que le pega a todo el mundo y que en consecuencia es el que manda, en una imagen especular con lo que sucede desde los más altos de poder en el país y se reproduce, hacia abajo, atravesando todos, todos, los niveles de conducción desde la Presidencia de la Nación, pasando por la dirigencia de los clubes profesionales de fútbol, y alcanzando hasta la Sociedad de Fomento del pueblito más remoto. En ese aciago día, el ministro de Seguridad de la Ciudad Guillermo Montenegro, mientras se desarrollaba el alud que derribó el centro de la ciudad y lo sepultó con lodo, jugaba un partido de fútbol en un estadio cercano cuyas tribunas están pintadas con franjas azules y amarillas como las camisetas de esos enfermos que tuvieron en vilo a toda una ciudad y a gran parte del país cansado de violaciones locales similares. Sin ir mas lejos, el día anterior, mientras la policía maltrataba y mataba ciudadanos tucumanos y chaqueños exasperados contra la policía y los gobiernos de sus provincias que debían ceder al chantaje del personal armado que había liberado la zona para favorecer los saqueos de los pobladores desguarnecidos y seguramente estimularlos, en un palco carnavalesco en el centro de la ciudad, la Presidenta de la República, ya sin luto y sin votos, bailaba despreocupada ante el mundo golpeando al compás un instrumento de percusión acompañada por aplaudidores profesionales y artistas de varieté de pésimos antecedentes. Uno de mis hijos, el día del invasión de los de camiseta azul y amarilla, no pudo tomar su trabajo frente al obelisco a las 17 hs. porque el dueño del local había recibido la información de probables desmanes, la TV mostraba desde hacía horas la progresión de la masa de asesinos desde la periferia, y un policía le advirtió sobre el riesgo de permanecer en la zona. Es decir, una inteligencia básica, al alcance de los ciudadanos, no alcanzó a las autoridades de la Ciudad ni de la Nación, que no previeron esta contingencia y no actuaron para evitarla: por ejemplo desviando a las hordas varias horas antes que coparan la Plaza de la República, hacia el estadio donde jugaba despreocupado el jefe de Seguridad Montenegro, que debía haber sido abierto para “los festejos” por el presidente del club Angelici, quien, irresposablemente declara hoy en “La Nación”: “ahora debemos tener que pensar en algo para el año próximo”, sacándose de encima la responsabilidad y adscribiendo al “Año nuevo…”.
    Cuando en un acto público, también en los últimos días, un ciudadano gritó a las  autoridades presentes “devuelvan la plata que se robaron…”, el ministro de Seguridad de la Provincia de Buenos Aires, Alejandro Granados, invitó a “pelear a la salida…” al reclamante y lo trató de enfermo de Down: “…mogólico…”. El impresentable ministro Granados respondió ofendido ante el calificativo del ciudadano, así como “La Cámpora” acusa, dolida por la contundencia de sus denuncias, a Lanata de ciervo de los intereses de Magneto, y las “corpo mediáticas”. Sin embargo, a pesar de los improperios y las bravuconadas de la especie kirchnerista, no ha habido a lo largo de este año ninguna refutación legal o acusación formal por falso testimonio o lo que se le parezca, a los periodistas que como Lanata, se animaron a acusar a los más altos integrantes del gobierno, por ejemplo al vicepresidente Boudou, de enriquecimiento ilícito monumental y tráfico de influencias para apropiarse de una empresa que imprimía billetes, la Ciccone Calcográfica, o al empresario Lázaro Báez, socio de los Kirchner, principal contratista del estado en Santa Cruz implicado en la desviación de ingentes sumas de dinero a paraísos fiscales del exterior. La respuesta lisa, llana y torpe del gobierno fue el apartamiento del fiscal Carlos Rívolo, primero en investigar a Boudou, de Daniel Rafecas, juez que ordenó el allanamiento de su departamento, de Manuel Garrido, el fiscal de Investigaciones Administrativas que impulsó graves denuncias de corrupción contra el kirchnerismo, de Esteban Righi, el procurador general de la Nación desplazado por el vicepresidente acorralado por el caso Ciccone, y la suspensión, ayer, del fiscal Campagnoli por la investigación del caso Lázaro Báez, impulsada por su jefa, la doctora Alejandra Gils Carbó, en sintonía con la Presidenta de la Nación.
    Descomposición social, conflictos con saldos de destrucción y muerte en las calles de las grandes capitales y pequeños pueblos de la República, robos, saqueos y asesinatos sin control, fuerzas policiales en connivencia con la delincuencia, el narcotráfico y la política. Políticos corruptos que desde los más altos puestos suelen exponer sus cargos como victorias populares y democráticas, como trofeos de guerra ganados a perpetuidad  mientras se enriquecen a la vista del mundo con soberbia y desparpajo, amparados por sectores de la justicia defensores de los intereses del gobierno.
    Argentina, país de Latino América alguna vez rico y prometedor, convertida en cueva de ladrones e incompetentes que tratan de remendar los groseros errores de su quehacer diario corriendo detrás de los acontecimientos, y con el único propósito de preservar sus cargos de privilegio, desde donde al acto de robar se lo llama “gestionar”, y al de encubrir “militar”. Argentina, país de ladrones e incapaces.



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