Retomar un blog luego
de casi un año y medio no es fácil. Hubiera sido quizá más prolijo (u
obsesivo), reiniciarlo a principio de año, cumpliendo aquel prefijo tradicional
y esquemático de “Año nuevo, vida nueva”.
Pero nada pudo con la indignación con la que la realidad abofetea diariamente a
los habitantes despiertos de este país condenado al fracaso más rotundo. Queda
como pendiente para los escasos lectores de estas páginas las excusas por mi
alejamiento por tan largo lapso, pero considerando que todos los que estamos
metidos en este tipo de juegos somos humanos llenos de huecos y
contradicciones, sirvan, en este momento de urgencias mayores, mis disculpas.
Son muchas, demasiadas diría, las imágenes
que se agolpan en mi memoria reciente, muy reciente, de días nomás, que han
gatillado este esfuerzo mío por traducir en palabras lo vivido y no salir de mi
casa a los gritos alertando a todo el mundo que esto está acabado. Pero la
situación detonante ha sido la manifestación de dementes portadores de
camisetas pintadas con franjas transversales azules y amarillas que,
aparentemente convocados por redes sociales, se apoderaron del centro de la
ciudad de Buenos Aires, incluyendo el fálico obelisco al que reemplazaron la
bandera de la Nación Argentina por un trapo con las mismas franjas azules y
amarillas de sus camisetas. Detuvieron el tránsito en la hora pico, cuando
miles y miles de habitantes intentan regresar a sus casas después de un arduo
día de trabajo y o trámites, rompieron todo lo que se presentaba a su paso, robaron,
estropearon canteros de flores e instalaciones del metrobús hace pocos meses
inaugurado, hicieron pintadas imbéciles (por ejemplo: “Boca sin fin…”) sobre
comercios y monumentos públicos como el mismo obelisco, mearon sobre los
mismos, rompieron cientos de botellas, vidrieras y marquesinas esparciendo los
fragmentos de vidrio por todos lados, arrojaron miles de cartones de tetrabrik
ya utilizados para saciar su sed y estimular sus embestidas, aterrorizaron a la
población de toda una sociedad que se sintió una vez más (y van…) despojada de
lo que se llama “público” y resulta ser del más fuerte, del más prepotente, del
más atorrante, del grandote del barrio que le pega a todo el mundo y que en consecuencia
es el que manda, en una imagen especular con lo que sucede desde los más altos
de poder en el país y se reproduce, hacia abajo, atravesando todos, todos, los
niveles de conducción desde la Presidencia de la Nación, pasando por la
dirigencia de los clubes profesionales de fútbol, y alcanzando hasta la
Sociedad de Fomento del pueblito más remoto. En ese aciago día, el ministro de
Seguridad de la Ciudad Guillermo Montenegro, mientras se desarrollaba el alud
que derribó el centro de la ciudad y lo sepultó con lodo, jugaba un partido de
fútbol en un estadio cercano cuyas tribunas están pintadas con franjas azules y
amarillas como las camisetas de esos enfermos que tuvieron en vilo a toda una
ciudad y a gran parte del país cansado de violaciones locales similares. Sin ir
mas lejos, el día anterior, mientras la policía maltrataba y mataba ciudadanos
tucumanos y chaqueños exasperados contra la policía y los gobiernos de sus
provincias que debían ceder al chantaje del personal armado que había liberado
la zona para favorecer los saqueos de los pobladores desguarnecidos y
seguramente estimularlos, en un palco carnavalesco en el centro de la ciudad,
la Presidenta de la República, ya sin luto y sin votos, bailaba despreocupada
ante el mundo golpeando al compás un instrumento de percusión acompañada por
aplaudidores profesionales y artistas de varieté de pésimos antecedentes. Uno
de mis hijos, el día del invasión de los de camiseta azul y amarilla, no pudo
tomar su trabajo frente al obelisco a las 17 hs. porque el dueño del local
había recibido la información de probables desmanes, la TV mostraba desde hacía
horas la progresión de la masa de asesinos desde la periferia, y un policía le
advirtió sobre el riesgo de permanecer en la zona. Es decir, una inteligencia
básica, al alcance de los ciudadanos, no alcanzó a las autoridades de la Ciudad
ni de la Nación, que no previeron esta contingencia y no actuaron para evitarla:
por ejemplo desviando a las hordas varias horas antes que coparan la Plaza de
la República, hacia el estadio donde jugaba despreocupado el jefe de Seguridad
Montenegro, que debía haber sido abierto para “los festejos” por el presidente
del club Angelici, quien, irresposablemente declara hoy en “La Nación”: “ahora
debemos tener que pensar en algo para el año próximo”, sacándose de encima la
responsabilidad y adscribiendo al “Año nuevo…”.
Cuando en un acto público, también en los
últimos días, un ciudadano gritó a las
autoridades presentes “devuelvan la plata que se robaron…”, el ministro
de Seguridad de la Provincia de Buenos Aires, Alejandro Granados, invitó a
“pelear a la salida…” al reclamante y lo trató de enfermo de Down:
“…mogólico…”. El impresentable ministro Granados respondió ofendido ante el
calificativo del ciudadano, así como “La Cámpora” acusa, dolida por la
contundencia de sus denuncias, a Lanata de ciervo de los intereses de Magneto,
y las “corpo mediáticas”. Sin embargo, a pesar de los improperios y las bravuconadas
de la especie kirchnerista, no ha habido a lo largo de este año ninguna
refutación legal o acusación formal por falso testimonio o lo que se le
parezca, a los periodistas que como Lanata, se animaron a acusar a los más
altos integrantes del gobierno, por ejemplo al vicepresidente Boudou, de
enriquecimiento ilícito monumental y tráfico de influencias para apropiarse de
una empresa que imprimía billetes, la Ciccone Calcográfica, o al empresario
Lázaro Báez, socio de los Kirchner, principal contratista del estado en Santa
Cruz implicado en la desviación de ingentes sumas de dinero a paraísos fiscales
del exterior. La respuesta lisa, llana y torpe del gobierno fue el apartamiento
del fiscal Carlos Rívolo, primero en investigar a Boudou, de Daniel Rafecas,
juez que ordenó el allanamiento de su departamento, de Manuel Garrido, el
fiscal de Investigaciones Administrativas que impulsó graves denuncias de
corrupción contra el kirchnerismo, de Esteban Righi, el procurador general de
la Nación desplazado por el vicepresidente acorralado por el caso Ciccone, y la
suspensión, ayer, del fiscal Campagnoli por la investigación del caso Lázaro
Báez, impulsada por su jefa, la doctora Alejandra Gils Carbó, en sintonía con
la Presidenta de la Nación.
Descomposición social, conflictos con
saldos de destrucción y muerte en las calles de las grandes capitales y
pequeños pueblos de la República, robos, saqueos y asesinatos sin control,
fuerzas policiales en connivencia con la delincuencia, el narcotráfico y la
política. Políticos corruptos que desde los más altos puestos suelen exponer
sus cargos como victorias populares y democráticas, como trofeos de guerra
ganados a perpetuidad mientras se
enriquecen a la vista del mundo con soberbia y desparpajo, amparados por
sectores de la justicia defensores de los intereses del gobierno.
Argentina, país de Latino América alguna
vez rico y prometedor, convertida en cueva de ladrones e incompetentes que
tratan de remendar los groseros errores de su quehacer diario corriendo detrás
de los acontecimientos, y con el único propósito de preservar sus cargos de
privilegio, desde donde al acto de robar se lo llama “gestionar”, y al de
encubrir “militar”. Argentina, país de ladrones e incapaces.
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