Ayer, 7 de febrero la
Presidenta citó a la reunión tan esperada que según versiones trataría sobre
novedades sobre el caso Malvinas, con presuntas respuestas a las declaraciones
de David Cameron, y anuncios de denuncia
ante organismos internacionales de militarización del atlántico sur y de
probable prohibición del uso del espacio aéreo para los vuelos desde Chile
hacia a las islas. Con la naturaleza aglutinante del tema, el gobierno
aprovechó para la convocatoria de un arco más amplio que el habitual, y
extendió las invitaciones a ex combatientes, políticos de la oposición que
quedaron descolocados por la sorpresa y el temor bien fundado de quedar pegados
a la estrategia oficial, y representantes gremiales, entre los que se destacaba
Moyano, titular de la CGT, convenientemente silbado por La Cámpora durante su
presentación por la relatora del acto. Se observaron las mismas caras y las
mismas actitudes que en funciones previas de la Presidenta, como las sonrisas y
los besos mafiosos, los trasplantes capilares con batidos esmerados, y las
miradas pendientes a las cámaras de los funcionarios y los gobernadores.
Sorprendió el papel secundario, la ubicación más bien retrasada del canciller
Timerman que se suponía en un papel más activo en la cuestión que suscitaba el
encuentro, pero no son estas horas de suspicacias frente a la importancia histórica
del acontecimiento. La llegada de la Señora no fue, como en otras ocasiones, la
salida en escena de la primera actriz tan esperada. Casi apareció de improviso,
con paso lento, sonrió con esfuerzo y se sentó rápidamente, mostrando su rostro
demacrado, arrugas antes no observadas y una mirada triste, evidencias de las
características climáticas rigurosas del verano que vivimos o quizás de una
depresión que asoma de tanto en tanto por mil motivos potenciales. Fue curiosa
la toma de la muchachada treintañera con aspecto universitario y de forzosa
pertenencia a La Cámpora enardecida victoreando a la Presidenta y su gesta
contra los ingleses usurpadores y gritando de tanto en tanto que quien no
saltaba era un inglés, despertando la sonrisa indulgente de la Presidenta que
los miraba como a niños traviesos. Durante el acto se comentó la apertura de
los archivos del informe de posguerra del General Rattenbach, cuyo hijo ya
senil e inexpresivo se encontraba a la derecha de la primera mandataria. Si alguna
novedad se dijo durante el acto, es que, según la señora Cristina que había
mantenido una reunión con ex jefes militares de aquella época, “la dictadura no
tenía intenciones de repoblar las islas sino simplemente de colocar una bandera
y volverse, en un touch and go (sic) enunciado por la Presidenta con un fuerte
acento latino. Pero que las presiones de los medios (que también suelen ser
útiles a los militares de dictaduras), torcieron el objetivo de la Junta y la
estimularon a una estadía prolongada”. Otro dato de interés fue el anuncio de
la creación de un Hospital de Salud Mental para los ex combatientes de Malvinas
en el que había sido el Instituto Geográfico Militar en el sur del país. Y fue
fuerte, pero poco convincente, la ratificación de su falta de apoyo a la
iniciativa de la Junta militar de 1982, más aún cuando es de público
conocimiento que Néstor Kirchner estuvo en actos públicos en Santa Cruz
apoyando a las autoridades militares que desde allí arengaban a las tropas que
iban a combatir a las islas. Un dato sobresaliente, fue que durante el acto se
observó a un conjunto de hombres de mediana edad de civil o con ropas típicas
de los combatientes de Malvinas que desalojaron repentinamente el salón sin que
nadie aclarara lo que sucedía, pero que personalmente, me hizo recordar al
retiro de montoneros de la Plaza de Mayo durante el discurso memorable de Perón
en el que los trató de imberbes.
El acto terminó insensiblemente, quizá
antes de lo esperado y con la sensación que no se había dicho todo lo necesario
ni con la convicción esperada. Y la Presidenta dejó el recinto sonriente
alejándose a paso firme y con la mirada triste, quizá convencida de la falta de
fuerza de su discurso, por el largo pasillo de la Casa Rosada.
Lo que faltaba ocurrir pone el broche a lo
ocurrido previamente. El diputado kirchnerista Díaz Bancalari de impecable saco
y corbata salió de la casa de gobierno y comenzó a dar declaraciones a los
periodistas cuando fue rodeado de ex combatientes que empezaron a refutar sus
dichos en voz alta. El diputado dijo en voz clara que esos tipos estaban
puestos para boicotear el acto de la presidenta, acrecentando el malestar de
quienes lo rodeaban. Cuando dijo que era lamentable que esos ex combatientes no
estuvieran con la diplomacia pacífica que proponía la Presidenta estallaron y
lo atacaron físicamente. Un hombre exaltado le gritó que a su lado habían
muerto trescientos hombres en el crucero General Belgrano y que él no tenía
derecho a menospreciarlos. En plena retirada, el diputado se mofó delante de
las cámaras, y según uno de sus atacantes, hizo un gesto obsceno que hizo
desbordar a otro grupo que lo atacó con trompadas y patadas obligándolo a
meterse prestamente en un auto antes que lo lesionaran seriamente. Los
atacantes declararon que habían sentido traicionados y engañados una vez más.
Que ni se les había permitido el ingreso al salón de actos a pesar de los
asientos para ellos reservados porque los mismos fueron destinados a La
Cámpora, y que se había mentido a la población por anunciar una obra (el
Hospital de Salud Mental), que ya estaría funcionando en Quilmes.
La violencia y la agresión física son manifestaciones
absolutamente indeseables y pasibles de la más enérgica censura. Es cierto
también que el hartazgo, la manipulación y la mentira terminan con la paciencia
de quienes lo padecen. Valgan estas observaciones para quienes hacen de las
mentiras y las manipulaciones instrumentos de uso rutinario para satisfacción
de sus fines, y que olvidan que interaccionan con personas de carne y hueso que
sufren por su historia y su presente y un día dado no entienden de respuestas
civilizadas.
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