La jornada de la jura
de la Presidenta estuvo marcada por sensaciones. Donde uno fuera ese día y
hubiera un receptor de TV o de radio cerca se oían cánticos y rugidos de
tribunas como en un día de final de algún clásico futbolístico. No era para
menos en un día de júbilo popular porque se festejaba uno de los actos más
trascendentes de la democracia de la que estuvimos privados tantos años. Pensé primero
cuánto esfuerzo habrían hecho los Kirchner a favor de la recuperación de la
democracia, aunque después recordé los informes de algunos que cuentan que por
esos años, el matrimonio de jóvenes abogados estaba muy ocupado en su estudio
de Santa Cruz acumulando inmuebles de deudores hipotecarios apretados hasta el
cuello.
Vi a la Presidenta
jurar, en la emotiva sesión de la asunción
alterando la fórmula clásica por aquello de “que Dios, la Patria y él me
lo demanden”, equiparando valores y jueces supremos metafísicos haciendo
emocionar hasta las lágrimas a millones de personas que seguían el solemne
acto, o provocando en otros asombro, indignación o vergüenza ajena.
Pude ver a la hija de
la Presidenta colocándole a su madre, en un acto inédito para la asunción de
tal alta investidura, la banda presidencial, como una hija puede darle a su
madre a probar una remera comprada para su cumpleaños, haciéndole preguntar a
uno ¿quién es esta chica tan simpática que está colocándole no sin cierta
dificultad la banda presidencial a la Señora Presidenta?, dónde están sus
méritos, salvo los genéticos (en un caso como éste en el que no se trata, al
menos de acuerdo a los enunciados de nuestra carta magna, de una familia real
en ejercicio porque tengo entendido que en Argentina no existe el reinado), o cuál
es el papel que esa joven dama representa para el Estado argentino y que le
proporciona el placet para tan alta distinción, o dejo atrás tantas preguntas y
concluyo que tal vez se trate de una fiesta familiar, como un cumpleaños o un
casamiento, en la que quien comanda las decisiones más importantes decide quién
hace tal o cual cosa simplemente porque se le antoja…
Comprobé la euforia
del vicepresidente a quien sólo le
faltaba que sus amigos se le acercaran para aplastarle huevos en la cabeza, y
tirarle harina y fideos en un festejo de graduación en las puertas de una
facultad, aunque debo reconocer que comprobé avances en su madurez al constatar
que vestía traje en vez de short, y que no había llevado la guitarra eléctrica
para alegrar la fiesta (lo cual no hubiera sido en absoluto objetable, salvo
para los gorilas que nunca faltan, o algunos de la Cámpora que se encargan de
espiar todo el tiempo a los funcionarios y de rectificar a los desviados
siempre que se pueda).
Fue emocionante seguir
los cánticos de los jóvenes que habían ocupado el recinto, llenos de la
efervescencia de los años de desenfreno, ovacionando a la Presidenta, al
difunto que no puede nombrarse, a la J.P., a Cámpora, a De Vido. Cantando la
marcha peronista adecuada a los tiempos que se viven, subrayando la resistencia
en los noventa. Silbando y acusando a gritos de traidor al vicepresidente
saliente mientras la televisión pública hacía malabares para no enfocarlo y
reemplazar su imagen por la de una bandera con la que se lograba taparlo.
Fue deslumbrante
constatar cómo la Presidenta elogiaba al
Secretario de Comercio confiándole más responsabilidades en el Gobierno a un hombre
como él, descalificado por quienes lo tratan por primitivo, áspero, grosero y
buscapleitos, pero extremadamente leal, ahora encargado de ocupar áreas de
Economía, de Cancillería y de Industria, condicionando con su accionar las
funciones de los responsables directos de esas áreas, como para desautorizarlos
o, al menos, controlarlos bien de cerca.
Qué emotivo fue ver a
los artistas, músicos, actores y actrices de la escena nacional, besando a la
Presidenta y mirando a las cámaras, deslizándole algún que otro elogio o
bocadillo ocurrente y tal vez gracioso que la primera mandataria no escuchaba
porque sus oídos estaban endulzados con músicas más sublimes, haciéndome pensar
qué profundidad intelectual la de los artistas que con sus sensibilidades
perciben sintonías que casi la mitad de la Nación no valoran, y haciéndome
concluir que también algún grado de narcisismo, propio de la actividad
específica, es necesario para pasar las horas que fueron necesarias pasar hasta
que la Presidenta los recibiera y se encendieran las luces de las cámaras, que
no serán las de Campanella pero al menos son cámaras y todo suma.
Y, finalmente, cómo me
emocioné cuando vi a Charly en el escenario, gordo y lúcido como nunca, con su
banda, disciplinado, bien vestido, sin romper ninguna guitarra, sin pelearse
con ningún fan, sin olvidarse la letra, compartiendo el escenario con Cristina,
quien me evocó a la cantante roquera de esa banda donde Charly García, nada menos,
estaba en un segundo plano, como lo está el pianista de Lady Gaga, mientras
ella se balanceaba con el Himno en tiempo de rock, y trataba de seguir con sus
labios los difíciles acordes de la canción patria modificada por el cantante
popular.
Los festejos siguieron largas, largas horas, mientras la dicha inundaba todo, en un acto lleno de alegría frente a la Casa Rosada,
como un auténtico show popular o nacional y popular espontáneo convocado por un
pueblo feliz y despreocupado.
Hoy venían mis hijos a casa
y decidí cocinar un asado. Fui a la carnicería y no estaban la radio ni la TV
encendidas. El carnicero me anunció que llovería a la tarde. Me cobró ciento
ochenta y cinco pesos por un asado para seis personas. Recordé con una sonrisa
la última broma pública del Secretario de Comercio, cuando días pasados anunció
que por ochenta pesos una familia podría tener una buena cena de navidad.
Pensé entonces que quizá para la navidad, en dos semanas, los precios bajen
como para darle la razón al señor Moreno. Fui después a la verdulería donde
tampoco había radios ni televisores encendidos. Quisieron cobrarme quince pesos por
un kilogramo de bananas que no compré. Imaginé que este año iba a ser difícil
seguir con la tradición de la ensalada de frutas. Cuando me iba, el verdulero
me alertó: “El que viene va a ser un año…”
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