martes, 22 de noviembre de 2011

Votos volátiles, mentiras piadosas.


El domingo pasado por la noche nos acostamos con la noticia que España había virado a la derecha con la victoria de Mariano Rajoy del partido popular (PP), después de un llamado a elecciones anticipadas de José Luis Zapatero del Partido Socialista Obrero Español (PSOE), llegado al gobierno cuatro años antes por el hartazgo de los españoles de las políticas liberales que habían llevado a la península a adherir a los conflictos internacionales impulsados con mentiras por Estados Unidos y los líderes europeos, y había recibido como represalia terribles atentados terroristas con sangre española como moneda de cambio. Semanas antes los blogs españoles de actualidad trinaban por el desconcierto por la potencial victoria de un Rajoy que desempolvaba lo peor de la pesadilla de Franco, y aún así, España llevó a la victoria a un energúmeno que exprimirá los bolsillos de los ciudadanos y hasta cuestionará los logros que en política social había logrado el PSOE como la ley sobre la memoria, la del aborto y la del matrimonio homosexual, sobre las que la iglesia puja por abalanzarse. ¿Tiene su lógica que toda una gran nación como España retroceda de este modo? La realidad demuestra que sí, y en Argentina tenemos experiencia de este tipo de fenómenos. Sería absurdo pensar que aquel país se hubiera derechizado como un cuerpo único, así como considerar seriamente que un país como Argentina se hubiera peronizado en un 54% de su electorado, como las cifras de las recientes elecciones presidenciales podrían sugerirlo para llenarles la boca a los charlatanes que le han hecho la corte al gobierno en los últimos meses. Parece ser, por lo contrario, que a una base que comulga honestamente con el ideario de los ganadores (sea por intereses de clase, por tradición, por desarrollo ideológico), raramente suficiente para ganar en una primera vuelta, se suman aliados circunstanciales que como en el caso de un viraje violento como el de España, son aquellos a quienes se les ha quitado beneficios previos o le han frustrado sueños que parecían reales. Y en el caso de reafirmación de un gobierno como el argentino, cuestionado por un 46% de la población,  a su base genuina se le agregan quienes esperan cargos u oportunidades de toda índole, sectores sociales y productivos que hasta ese momento se han beneficiado de las políticas del partido ganador, legiones de hombres y mujeres prácticos y memoriosos que recuerdan con pavor las atrocidades del pasado por lo que prefieren el statu quo, e individuos huérfanos de un partido o movimiento que canalice sus inquietudes o represente sus ideales, en un contexto histórico de disolución de las fuerzas políticas tradicionales. Y crecen las figuras de los Rajoy y de los Kirchner, aparentemente tan diferentes unas de otras pero con similitudes impactantes, sin considerar siquiera la inclinación declarada de sus posiciones que a estas alturas resultan retóricas. Ambos como figuras de salvataje que se imponen en un escenario de impotentes ya sea para completar a tiempo el mandato popular con riesgo de hundir a la nación empeñando a los habitantes, o de componer una oposición inteligente, capaz de establecer alianzas programáticas con responsabilidad para enfrentar una avalancha que podría traer severas consecuencias. Y en ambos casos, sin aclarar en el período preelectoral las herramientas a emplear en tales misteriosos rescates (aunque se niegue de uno y otro lado que se trate de recetas mágicas), las conocidas fórmulas se destapan a los pocos días de conocerse el escrutinio. Se descarta que Rajoy empleará el bisturí que le alcanza Ángela Merkel, así como Cristina repetirá, con acento argentino y peronista claro, el argumento que le dictó Obama después de las sonrisas para la foto en la reunión de la G20. La crisis es internacional, y a pesar que en España esto se ve con la mayor crudeza, y la Argentina, a pesar de la propaganda oficial, carece absolutamente de blindajes, no bastan los discursos emocionales a modo de letanías que apelan a difuntos innombrables y las inauguraciones diarias de la presidenta argentina cuando la fuga de capitales en los últimos meses alcanzó tal magnitud que el gobierno decidió reinstaurar una variedad de corralito limitando a los particulares la compra de dólares en los bancos, torpe medida que sirvió fundamentalmente para disparar el precio del dólar paralelo. En un acto de desprendimiento lleno de suspicacia el gobierno nacional anunció el traspaso de los subtes al gobierno de  la ciudad según un contrato lleno de incumplimientos que deberá afrontar la administración capitalina, y en un acto de justicia soberana se quitarán los subsidios que beneficiaban a los particulares en las tarifas de agua, gas y electricidad haciendo que se multipliquen por tres. También se anunciaron las quitas a los subsidios de las empresas de transporte, lo que hará que el precio del transporte público se dispare comprometiendo aún más los bolsillos de los trabajadores. Y a todo esto, e independientemente de los efectos de las cenizas del volcán chileno que obliga a suspender día por medio los vuelos sobre el territorio nacional,  el gremio de los controladores aéreos, uno de los cinco que se disputan el control del aeropuerto de Ezeiza donde pretende descollar “La Cámpora”, grupete de una nueva generación de imberbes manejada por el hijo de la presidenta, como respuesta a un cuestionamiento sindical por la ineptitud de quien dirije Aerolineas Argentinas fue castigada con la quita de la personería gremial como en los mejores tiempos de los gobiernos conservadores, por orden de la presidenta se suspendieron los vuelos internacionales que debieron luego ser reprogramados y se dispuso que la Fuerza Aérea, la que había sido despojada pocos años antes de su autoridad en el aeropuerto con bombos y platillos por los mismos Kirchner después de décadas de corrupción e ineficiencia, retomara el control de un área vital de la estación aérea.
    Escuchar las justificaciones de tantos despojos pueden hacer plantear que se trata de actos de justicia de un gobierno empeñado en el desarrollo independiente del país, si no fuera que Obama le reclamó a Cristina el pago de las deudas con el Club de París, la puesta al día con el Fondo Monetario Internacional, el reconocimiento de la pérdida de los juicios con empresas norteamericanas y el cumplimiento de las sentencias correspondientes. Que la fuga de capitales las hacen los enemigos de siempre que se enriquecen en el país y llevan las riquezas afueras, aunque cuesta pensar que si hubiera posibilidad de mayores riquezas dentro del país esos capitales no se reinvertirían en el mismo, y que los particulares que compran mensualmente entre cien y trescientos dólares no son los enemigos de la patria sino pequeños ahorristas de clase media que tienen derecho a elegir la compra de una moneda que interpretan más confiable que la propia. Es bien cierto que la quita de subsidios era una cuenta pendiente con la sociedad y no se debe más sacar al que menos tiene, especialmente cuando hay sectores, como el juego, que al amparo del gobierno han crecido beneficiándose de tales recursos. Y si es indudable que los pobres han pagado y siguen pagando muy alto el precio de las iniquidades que generan las políticas injustas que los centrifugan de la sociedad, eso no hace razonable que la clase media media cargue sobre sus espaldas el costo social de un gobierno de supermillonarios como la presidenta que vive de los pobres para conseguir votos y perpetuarse en el poder. En ese contexto, que Cristina, Boudou o Víctor Hugo Morales renuncien con bombos y platillos a los subsidios resulta grotesco porque va de suyo que a ellos tales medidas no les afecta en absoluto el presupuesto familiar. Quisiera uno enorgullecerse como lo hacía décadas atrás por la línea de bandera, arrebatada a los españoles después del vaciamiento provocado gracias a otro gobierno peronista pero de los ochenta, y nacionalizada por los Kirchner, si no supiera que es objeto de una monumental demanda por parte del grupo español desplazado,  que sus pérdidas alcanzan cifras de alrededor de setecientos millones de dólares este año, y que en la adquisición de  veinte naves a Brasil se sospecha que se pagaron unos cuatro millones de dólares de sobreprecio por cada avión. Mientras tanto, aparecen como figuras amenazantes las sombras de  poderosos sindicalistas que se esconden detrás de las cortinas e invitados, en otro momento a participar del festín por el mismo gobierno que recientemente le negó candidaturas en el parlamento, y que bien sabrán tomar las represalias que correspondan. Y funcionarios del gobierno, matones que exponen su pistola sobre la mesa de su escritorio cuando se reúnen con los empresarios para obligarlos a mantener ciertos precios o a liquidar las exportaciones, laderos incondicionales e inamovibles de los Kirchner, aseguran que la inflación no se desatará en este contexto, porque se trata éste de un gobierno nacional y popular con un programa liberador y un modelo a profundizar.
    Rajoy y Cristina tienen mucho de diferente. Provienen de continentes distintos y se han formado en veredas opuestas. Uno, conservador de derechas, otra militante de izquierda. Uno reaccionario, otra progresista. Uno con el apoyo de lo más recalcitrante de la sociedad española y otra con el empuje de las bases populares. Uno reclamado por Ángela Merkel, la nueva dama de hierro de la alta sociedad europea, otra seducida por el representante del eterno gendarme de las Américas. Pero ambos dispuestos a llegar al hueso cuando las situaciones se desmadren, porque el de la sociedad es un mandato ineludible, aunque haya que mentir un poquillo para bien de los que menos tienen o de quienes más han perdido, y aunque haya que evitar tocar temas escabrosos durante las campañas electorales que es otra forma de mentir aunque de manera piadosa.

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