El domingo pasado por
la noche nos acostamos con la noticia que España había virado a la derecha con
la victoria de Mariano Rajoy del partido popular (PP), después de un llamado a
elecciones anticipadas de José Luis Zapatero del Partido Socialista Obrero Español (PSOE), llegado al gobierno cuatro años antes por el hartazgo de los españoles
de las políticas liberales que habían llevado a la península a adherir a los
conflictos internacionales impulsados con mentiras por Estados Unidos y los
líderes europeos, y había recibido como represalia terribles atentados
terroristas con sangre española como moneda de cambio. Semanas antes los blogs
españoles de actualidad trinaban por el desconcierto por la potencial victoria
de un Rajoy que desempolvaba lo peor de la pesadilla de Franco, y aún así,
España llevó a la victoria a un energúmeno que exprimirá los bolsillos de los
ciudadanos y hasta cuestionará los logros que en política social había logrado
el PSOE como la ley sobre la memoria, la del aborto y la del matrimonio
homosexual, sobre las que la iglesia puja por abalanzarse. ¿Tiene su lógica que
toda una gran nación como España retroceda de este modo? La realidad demuestra
que sí, y en Argentina tenemos experiencia de este tipo de fenómenos. Sería
absurdo pensar que aquel país se hubiera derechizado como un cuerpo único, así
como considerar seriamente que un país como Argentina se hubiera peronizado en
un 54% de su electorado, como las cifras de las recientes elecciones presidenciales
podrían sugerirlo para llenarles la boca a los charlatanes que le han hecho la
corte al gobierno en los últimos meses. Parece ser, por lo contrario, que a una
base que comulga honestamente con el ideario de los ganadores (sea por
intereses de clase, por tradición, por desarrollo ideológico), raramente
suficiente para ganar en una primera vuelta, se suman aliados circunstanciales
que como en el caso de un viraje violento como el de España, son aquellos a
quienes se les ha quitado beneficios previos o le han frustrado sueños que
parecían reales. Y en el caso de reafirmación de un gobierno como el argentino,
cuestionado por un 46% de la población, a
su base genuina se le agregan quienes esperan cargos u oportunidades de toda
índole, sectores sociales y productivos que hasta ese momento se han
beneficiado de las políticas del partido ganador, legiones de hombres y mujeres
prácticos y memoriosos que recuerdan con pavor las atrocidades del pasado por
lo que prefieren el statu quo, e individuos huérfanos de un partido o
movimiento que canalice sus inquietudes o represente sus ideales, en un
contexto histórico de disolución de las fuerzas políticas tradicionales. Y
crecen las figuras de los Rajoy y de los Kirchner, aparentemente tan diferentes
unas de otras pero con similitudes impactantes, sin considerar siquiera la
inclinación declarada de sus posiciones que a estas alturas resultan retóricas.
Ambos como figuras de salvataje que se imponen en un escenario de impotentes ya
sea para completar a tiempo el mandato popular con riesgo de hundir a la nación
empeñando a los habitantes, o de componer una oposición inteligente, capaz de
establecer alianzas programáticas con responsabilidad para enfrentar
una avalancha que podría traer severas consecuencias. Y en ambos casos, sin
aclarar en el período preelectoral las herramientas a emplear en tales
misteriosos rescates (aunque se niegue de uno y otro lado que se trate de recetas
mágicas), las conocidas fórmulas se destapan a los pocos días de conocerse el
escrutinio. Se descarta que Rajoy empleará el bisturí que le alcanza Ángela Merkel,
así como Cristina repetirá, con acento argentino y peronista claro, el argumento que le
dictó Obama después de las sonrisas para la foto en la reunión de la G20. La
crisis es internacional, y a pesar que en España esto se ve con la mayor
crudeza, y la Argentina, a pesar de la propaganda oficial, carece absolutamente
de blindajes, no bastan los discursos emocionales a modo de letanías que apelan
a difuntos innombrables y las inauguraciones diarias de la presidenta argentina
cuando la fuga de capitales en los últimos meses alcanzó tal magnitud que el
gobierno decidió reinstaurar una variedad de corralito limitando a los
particulares la compra de dólares en los bancos, torpe medida que sirvió
fundamentalmente para disparar el precio del dólar paralelo. En un acto de
desprendimiento lleno de suspicacia el gobierno nacional anunció el traspaso de
los subtes al gobierno de la ciudad
según un contrato lleno de incumplimientos que deberá afrontar la
administración capitalina, y en un acto de justicia soberana se quitarán los
subsidios que beneficiaban a los particulares en las tarifas de agua, gas y
electricidad haciendo que se multipliquen por tres. También se anunciaron las
quitas a los subsidios de las empresas de transporte, lo que hará que el precio
del transporte público se dispare comprometiendo aún más los bolsillos de los
trabajadores. Y a todo esto, e independientemente de los efectos de las cenizas
del volcán chileno que obliga a suspender día por medio los vuelos sobre el
territorio nacional, el gremio de los
controladores aéreos, uno de los cinco que se disputan el control del
aeropuerto de Ezeiza donde pretende descollar “La Cámpora”, grupete de una
nueva generación de imberbes manejada por el hijo de la presidenta, como
respuesta a un cuestionamiento sindical por la ineptitud de quien dirije
Aerolineas Argentinas fue castigada con la quita de la personería gremial como
en los mejores tiempos de los gobiernos conservadores, por orden de la
presidenta se suspendieron los vuelos internacionales que debieron luego ser
reprogramados y se dispuso que la Fuerza Aérea, la que había sido despojada
pocos años antes de su autoridad en el aeropuerto con bombos y platillos por
los mismos Kirchner después de décadas de corrupción e ineficiencia, retomara
el control de un área vital de la estación aérea.
Escuchar las justificaciones de tantos
despojos pueden hacer plantear que se trata de actos de justicia de un gobierno
empeñado en el desarrollo independiente del país, si no fuera que Obama le
reclamó a Cristina el pago de las deudas con el Club de París, la puesta al día
con el Fondo Monetario Internacional, el reconocimiento de la pérdida de los
juicios con empresas norteamericanas y el cumplimiento de las sentencias
correspondientes. Que la fuga de capitales las hacen los enemigos de siempre
que se enriquecen en el país y llevan las riquezas afueras, aunque cuesta
pensar que si hubiera posibilidad de mayores riquezas dentro del país esos
capitales no se reinvertirían en el mismo, y que los particulares que compran
mensualmente entre cien y trescientos dólares no son los enemigos de la patria
sino pequeños ahorristas de clase media que tienen derecho a elegir la compra
de una moneda que interpretan más confiable que la propia. Es bien cierto que la quita
de subsidios era una cuenta pendiente con la sociedad y no se debe más sacar al
que menos tiene, especialmente cuando hay sectores, como el juego, que al amparo del gobierno han crecido beneficiándose de tales recursos. Y si es indudable que los pobres han pagado y siguen pagando muy alto el precio de las iniquidades que generan las políticas injustas que los centrifugan de la sociedad, eso no hace razonable que la clase media media cargue sobre sus espaldas el costo social de un gobierno de
supermillonarios como la presidenta que vive de los pobres para conseguir votos
y perpetuarse en el poder. En ese contexto, que Cristina, Boudou o Víctor Hugo Morales renuncien con bombos y platillos a los subsidios resulta grotesco porque va de suyo que a ellos tales medidas no les afecta en absoluto el presupuesto familiar. Quisiera uno enorgullecerse como lo hacía décadas
atrás por la línea de bandera, arrebatada a los españoles después del
vaciamiento provocado gracias a otro gobierno peronista pero de los ochenta, y
nacionalizada por los Kirchner, si no supiera que es objeto de una monumental
demanda por parte del grupo español desplazado, que sus pérdidas alcanzan cifras de alrededor
de setecientos millones de dólares este año, y que en la adquisición de veinte naves a Brasil se sospecha que se
pagaron unos cuatro millones de dólares de sobreprecio por cada avión. Mientras
tanto, aparecen como figuras amenazantes las sombras de poderosos sindicalistas que se esconden
detrás de las cortinas e invitados, en otro momento a participar del festín por
el mismo gobierno que recientemente le negó candidaturas en el parlamento, y
que bien sabrán tomar las represalias que correspondan. Y funcionarios del
gobierno, matones que exponen su pistola sobre la mesa de su escritorio cuando
se reúnen con los empresarios para obligarlos a mantener ciertos precios o a
liquidar las exportaciones, laderos incondicionales e inamovibles de los
Kirchner, aseguran que la inflación no se desatará en este contexto, porque se trata
éste de un gobierno nacional y popular con un programa liberador y un modelo a
profundizar.
Rajoy y Cristina tienen mucho de diferente.
Provienen de continentes distintos y se han formado en veredas opuestas. Uno,
conservador de derechas, otra militante de izquierda. Uno reaccionario, otra
progresista. Uno con el apoyo de lo más recalcitrante de la sociedad española y
otra con el empuje de las bases populares. Uno reclamado por Ángela Merkel, la
nueva dama de hierro de la alta sociedad europea, otra seducida por el representante del eterno
gendarme de las Américas. Pero ambos dispuestos a llegar al hueso cuando las
situaciones se desmadren, porque el de la sociedad es un mandato ineludible,
aunque haya que mentir un poquillo para bien de los que menos tienen o de
quienes más han perdido, y aunque haya que evitar tocar temas escabrosos
durante las campañas electorales que es otra forma de mentir aunque de manera
piadosa.
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